‘’Tener fe significa no querer saber la verdad’’. Friedrich Nietzsche
La iglesia católica desde siempre, asiente la revelación de Dios, como un fenómeno que se manifiesta a través de la fe, catalogada como una de las tres virtudes teologales, incluso, poniéndola en primer plano. La fe no es más que la certeza de lo que se espera, pero con la convicción, de que lo que anhelamos poder ver, no está sujeto al escrutinio de comprobación para poder darle un carácter verdadero.
Este acto de devoción o deidad, es lo que nos hace creer ciegamente en lo abstracto, llegando a adentrarnos en nuestros sentidos y hacerlo real. Este proceso espiritual que crece en cada ser, va adquiriendo aspectos fundamentales, que de no poder influir en los fieles, las creencias dejarían de tener sentido- desvaneciéndose-, y dejando que la religión se desplome.
Los actos de fe siempre están presentes en el desarrollo y accionar de todos los seres humanos. Pese a que no contamos con las pruebas ni los conocimientos para ‘’comprobarlo científicamente’’, respecto sobre el orden y desarrollo de la creencia espiritual. Las personas practican la fe, incluso, en aquellos que no obtienen resultados favorables, se manifiestan fervorosos y muy creyentes. Estas aseveraciones de la de tener fe, no dejan de ser un latrocinio emocional, sentimental y verbal. Es muy cuesta arriba cultivar la fe. Las personas que no practican la fe con esos elementos espirituales, difícilmente poseerán una buena dosis de fe.
Por antonomasia, hemos siempre creído en la existencia de un ser superior a nosotros, confiriéndole, a ese ser de que todo lo sabe, todo lo puede y que puede estar en todas partes, en cualquier instante y a la misma vez. Estas verdades pueden llegar a desafiar la irracionalidad del hombre, su inteligencia y su capacidad. Es por ello, que difícilmente encontremos un científico o académico, profesional universitario o autodidacto que manifieste algún indicio de fervor, en la que tenga que admitir la existencia de ese ser superior, al que le hemos llamado ‘’Dios’’; y que ejerce poder sobre todos nosotros y el universo.
Es súper complejo definir la existencia de ese ser supremo porque sencillamente no hay inteligencia alguna que pueda describirlo. Dícese, que es el Alfa y Omega (El principio y el Fin). Con el iniciamos y concluimos nuestro ciclo vital. Sabemos de su existencia, porque somos subordinados, que nos debemos a Él.
Solo a través de la fe, conocemos de su existencia, de su capacidad de componer las cosas. Se llega a Él, no por mediación al conocimiento, sino por la fe, (según los textos de teologías)- que por consiguiente, la sabiduría del hombre es ‘’necedad’’ frente a los ojos de Dios: que la misma procede del altísimo. Y que es el discernimiento, que por medio a la fe, nos permite conocerlo, admirarlo y respetarlo.
Diría que la fe, es el único y ultimo mecanismo que nos permite vincularnos a Dios, en una relación de amor, de piedad, misericordia, de justicia, de luz y solidaridad, en la que espontáneamente, Él nos concede. Por tanto, que de las tres virtudes teologales, la fe es la que mueve montañas. Las demás -(Esperanza y Caridad)- son accesorios misceláneos que solo nos llegan por divina providencia. El efecto de la fe en los seres humanos, radicaliza la creencia en Dios, no solo en aquello que jamás puedan constatarlo, sino, en lo que solo pueden percibir y sentirlo, por mediación a las distintas manifestaciones de sobriedad espiritual e imágenes que se mueven en distintas direcciones por nuestro universo, generándonos una vibración de conciencia, en la que los resultados tendrán reacciones positivas, que centran en nuestro ego y orgullo , ese sentimiento al que todos apelamos e invocamos, para modificar nuestra existencia, para bien del equilibrio de la raza humana y la naturaleza.
Este artículo va dedicado aquellas familias que siempre invocan la fe, para mitigar el dolor y las tribulaciones, de aquellos seres queridos, que se encuentran en momentos difíciles. Muy especialmente, a una madre desesperada, por traer de vueltas, a su vástago y mozalbete, la sonrisa que todos deseamos, ver en sus rostros.
Por: Carlos Martínez Márquez
Carlos Martínez Márquez