Una mujer decide ser madre por amor. Es capaz de traer una criatura al mundo en su vientre asumiendo todos los riesgos venideros. Ofrece su vida a un nuevo ser que Dios le regala. Lo cuida, alimenta y le brinda calor de madre. Sacrifica sus años de existencia para protegerlo. Sin ser experta en interpretaciones de señales, ruidos, códigos y otros signos, aprende el lenguaje del infante para estar siempre atenta a sus necesidades humanas. El don de madre la vuelve fuerte aun siendo débil. La maternidad la transforma en un ser valiente, en una guerrera en defensa de la vida.
Las palabras se quedan cortas para describir el amor de una madre. Ella encarna su vocación con ternura, con pasión y llena de vigor. Hasta sus lágrimas esconden dulzura. Todo lo que realiza tiene un solo objetivo: darse por su criatura. Es tanto su amor que prefiere callar para no herir. Permanecer en silencio por prudencia. Se puede enojar, perder la paciencia, porque es humana, pero sabe perdonar, olvidar las cosas cometidas por sus hijos.
Ser madre por lo visto no es un capricho ni un deseo superfluo de tener un bebé. Tampoco es un derecho personal para luego gloriarse delante de aquellas que no lo son. Porque si fuera de esta manera, tener una criatura entonces sería un hobbie, un pasarrato, una aventura nacida de un sentimiento momentáneo. Pero por la experiencia humana, ser madre es una gran responsabilidad, y gracias a ella, el mundo cada vez tiene más habitantes, logra tener científicos, ingenieros, doctores. En fin, muchas profesiones al servicio de la propia humanidad.
Sin embargo, en la actualidad, muchas mujeres no reconocen el valor innegable de ser madre. Algunas lo consideran un defecto de la naturaleza. Otras, un atraso en el desarrollo profesional. Incluso, existen aquellas que prefieren abortar por cuidar mejor su figura física. Que por la presión social y porque consideran que aún no se encuentran preparadas, optan mejor por asumir una vida alegre, llena de placeres y dejos de cualquier compromiso biológico. Es decir, estas mujeres utilizan cualquier discurso confuso para justificar que no les interesa ser madre. Delegan este papel a las que no estudian, a las son pobres o que no tienen otra aspiración en la vida que quedar embarazadas.
Una madre no tiene precio ni tampoco estatus social. Trasmitir el aliento vital, entregarse por completo sin exigir ningún interés humano, se convierte desde ya en la razón fundamental por la cual se hace digna de todos los elogios y méritos humanos tributados por la sociedad. En otras palabras, reconocer el valor de las madres es la maravilla más grande que puede existir. De aquí que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la frase popular, “el amor de madre es el que más se asemeja a Dios”, es cierta. Porque a pesar de que todavía haya muchas mujeres que renuncian a este don, la gran mayoría continúa dando testimonio de que ser madre no solo vale la pena, sino que vale la vida.
Luis Alberto De León Alcántara
jueves, 26 de mayo de 2016
El valor innegable de las madres
6:38 a. m.
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