Esta semana pienso que bien vale la pena acercase a otros planos de la existencia, se me ocurre oportuna esta historia, parte de otras tantas que desde hace un tiempo estamos contando.
Una espesa negrura se había adueñado del pequeño pueblo aquella noche. Interrumpido el servicio eléctrico y sin luna, daba la sensación de una escena tenebrosa de Martes 13. Justo salía del cine, donde había llegado solo por primera vez.
Vivía en las afueras del poblado y en ese momento me sentía un protagonista. De pronto alcancé a ver sentada en la Plaza cercana al Cine, una joven hermosa de cabellera larga, vestida a la usanza de principio de siglo. Una vez puse mis ojos en ella no pude desprenderme de su mirada, un hechizo hizo un nudo entre nosotros, y no pude desatarlo. Se levantó seductora y me pidió que la siguiera. Juro no caminaba, sencillamente levitaba.
Cuando teníamos unas tres cuadras andadas giró suavemente hacia la izquierda y penetró un portal. Yo caminaba detrás, y solo al llegar pude notar la cadena y el candado de enorme proporciones que atrancaban una puerta centenaria de madera. Imposible pensar en la posibilidad de abrirla, cruzarla y cerrarla en tan poco tiempo. Fue cuando tomé conciencia de la situación y emprendí la huida. Era tal la prisa mientras corría por las solitarias calles que sentí mis zapatos y mi cabellera, para ese tiempo algo crecida, unos pasos detrás de mi.
Me levantaron tranquilos, con la seguridad de que nada peligroso había pasado. Me llevaron a la sala donde mi padre me sentó mientras me tranquilizara, en tanto mi madre buscaba algo para calmarme. Lo miraba desconcertado, siempre escuchaba las historias de fantasmas pero nunca pensé tenerla cerca alguna vez. Mis labios temblaban, mis manos no encontraban lugar hasta llegar el agua con la cual me pusieron a punto para contarme la historia.
A final del siglo XIX, vivió una familia muy honorable en la ciudad, de apellido De Lara. El padre, un señor muy respetado, negociante de mucho éxito recibiría en su almacén una mañana al presidente de la República. Un cruel dictador llamado Lilis. Gobernaba de manera férrea la nación y un grupo de jóvenes, incluido un hijo del comerciante, decidieron dar muerte al tirano. Aquella acción los convirtió a todos en héroes.
Unos meses mas tarde, el joven De Lara, cargado de soberbia y orgullo, pavoneado por su hazaña, y rodeado de amigos adulones, montaba su caballo una tarde de domingo cuando alcanzó a ver sentada en un banco, la joven con la cual iniciara un romance. Uno de sus compañeros notó la presencia de un individuo que un tiempo antes también había pretendido sin éxito a su amada.
Salido de sus cabales, alimentado el ego y la presunción por la inquina de los amigos, entendió aquello como un acto de deslealtad, permitir a otro hombre tan solo acercarse, en un lugar público, unos metros donde ella estuviera. Lo asumió como algo deshonroso a su nombre y parado frente a la joven, sentada entre dos amigas, le disparó al pecho y la mató.
Desde entonces al caer la noche, por los siglos de los siglos, se ha visto sentada en el mismo banco de la plaza, invitando a los incautos transeúntes, el fantasma triste de la virgen sacrificada.
Benjamín García.