Un niñito quería conocer a Dios y sabía que el viaje sería largo, por lo que preparó su mochila con papitas fritas y refrescos.
Estando ya a tres cuadras de su casa, se encontró con un viejo sentado en el parque, mirando las palomas. Se sentó junto a él y abrió su bulto. Casi empezaba a beberse un refresco cuando se dio cuenta que el viejo parecía tener hambre, por lo que le ofreció papitas, las que fueron aceptadas y agradecidas con una sonrisa.
Tan hermosa fue su sonrisa que el niño quiso verla nuevamente y le ofreció uno de los refrescos. De nuevo, el viejo le sonrió. ¡El niño estaba encantado!
Así pasaron la tarde comiendo papitas y bebiendo refrescos, sin mediar palabra alguna.
Al atardecer, el niño se sintió cansado y se levantó para irse. Luego de pocos pasos, regresó rápidamente donde el viejo y le dio un abrazo, quien le regaló la más grande de todas las sonrisas.
Cuando abrió la puerta de su casa, su mamá estaba sorprendida de la alegría que traía y le preguntó: “¿Donde estabas que vienes tan contento?”
“Pues almorzando con Dios. ¡Tiene la más bella sonrisa que yo jamás haya visto!”
El viejo, por su lado, también llegó a su casa radiante de alegría. Su hijo estaba asombrado por la paz que traía. Le preguntó dónde había estado y a que se debía esa felicidad que le desbordaba.
“Estaba en el parque comiendo papas fritas con Dios. Y sabes, Él es mucho más joven de lo que yo me imaginaba”.
¡Cuantas veces no damos importancia al poder de una sonrisa, una palabra amable, un oído que escucha, un cumplido dicho de corazón, o la más pequeña indicación de que nos estamos preocupando por el otro, y sin embargo, cualquiera de estos gestos tiene la potencialidad de cambiar el rumbo de una vida! ¡Y es que la gente llega a nuestras vidas por una razón, por un tiempo o por toda una vida! ¡Abracemos a todos con el mismo gran amor con que Jesús nos abraza y nos cuida!
Dice Khalil Gibran que “das poco cuando das tus posesiones”. Es cuando das de ti mismo cuando realmente das. Y la Palabra dice que hay más felicidad en dar que en recibir, sobre todo si lo que estamos entregando es nuestra vida a Dios, para que sea conocido y amado por cuantos nos rodean y hasta el confín del mundo.
“Una cosa he aprendido en mi vida al caminar: no puedo ganarle a Dios cuando se trata de dar. Por más que yo quiero darle, siempre me gana Él a mí, porque me regresa más de lo que yo le dí. Si yo doy, no es porque tengo, más bien tengo porque doy; y cuando Dios me pide, es porque Él me quiere dar; y cuando Dios me da, es porque me quiere pedir. Si tú quieres, haz la prueba y comienza a darle hoy, ya verás que en poco tiempo tú también podrás decir: Una cosa he aprendido en mi vida al caminar: no puedo ganarle a Dios cuando se trata de dar.”
¿Por qué no almuerzas hoy con Papá Dios? Ah, y no olvides llevar papitas fritas.
Bendiciones y paz.
Juan Rafael -Johnny- Pacheco /casadeluzjn812@gmail.com