Uno de los signos más nefandos de los tiempos que nos ha tocado vivir es el de la violencia contra la mujer. Sea niña o adulta, la situación de dominio en la familia, o en la vida adulta, parece tener como única salida la violencia.
El hecho de que sea cultural no impide que se busquen sus causas, y se propongan remedios. El pernicioso ejemplo de la casa, cuando ocurre, o la cultura imperante alimentada por modelos de otras culturas, crean un caldo de cultivo que se traduce en muertes, opresión económica y psicológica y alienación social.
El fenómeno parece recrudecerse a medida que la mujer va ganando independencia económica, pero sigue siendo sujeta en la afectividad. La libertad ganada en un plano, no se traduce en ventajas en el otro y las ruinas del hogar destrozado siempre tocan a la mujer.
Es imperativo un cambio cualitativo en la educación escolar y en la hogareña. El cultivo del respeto, de la tolerancia y el reconocimiento de la dignidad de la mujer deben formar parte de la cartilla personal de cada hombre dominicano.