Julio Vasquez.

Radio Renacer

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viernes, 14 de noviembre de 2014

Monseñor Flores… una vida santa

En la mañana del domingo 9 de noviembre, el Señor ha invitado a Monseñor Flores Santana,  a dejar este mundo terrenal,  para pasar a la ciudad santa de la Jerusalén celeste. Tenía 87 años de edad en el momento de su deceso.             

Ejerció su ministerio episcopal en la diócesis de La Vega y en Santiago de los Caballeros, nativo de Tamboril. Hacemos notar que Juan Antonio, cerraba los ojos, un domingo, día del Señor; día de la celebración del Catequista; inicio de la Semana Vocacional; noviembre, es el mes de la familia, y coincide también,  con la fiesta de la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, “cabeza y madre de todas las iglesias de Roma y el mundo”.
    
El muy querido y recordado Monseñor Flores,  descolló por su acentuado celo pastoral, profundamente mariano, y su fervor por la eucarística. Intelectual, defensor de los pobres, escritor de más de quince libros.
    
En su Testamento Espiritual, firmado el 11 de febrero de 2007, día de Nuestra Señora de Lourdes, nos dice: “He tratado de transmitirles el mensaje completo de Jesucristo, mensaje de conversión, de amor, de justicia y de vida eterna, de palabra y por escrito”.
    
Ante el anti testimonio de un (a) bautizado(a), le recordaba la opción que en una ocasión hizo por Jesucristo; si alguien faltaba a la caridad, le recordaba, que heridas provocadas, heridas sanadas con el perdón; ante la injusticia del gobierno de turno y de algún empresario, les recordaba, que los pobres son los predilectos del Señor, y que tenían derecho a vivir con dignidad, pues eran hijos de Dios. Nos recordaba a todos, que Dios premia y castiga, y que era muy peligroso transitar por la vida sin temor de Dios.
Como cristiano y hombre de titulo académicos,  no se ufanaba de “sabe lo todo”, ni el mejor de los hijos de Dios, sino que como él mismo expresó en Testamento: “…a pesar de mis fallas y de mis limitaciones y pecados se ha sentido realizado, y ha percibido la gracia de Dios,  y la protección de la Virgen María”. 
    
Es admirable como vivía la pobreza, su sentido de obediencia a la iglesia y su castidad probada. No se ocupó de dejar bienes materiales, pues en la medida que iba obteniéndolos al mismo tiempo se despojaba, donándolo a un pobre o una familia pobre. Fue un gran admirador del papa Pio X, que antes de morir, externó: “Nací pobre, viví y muero pobre”. Aquella frase dicha en el Documento conclusivo de Puebla, donde se expresaba la contradicción con el  ser cristiano,  y la creciente brecha entre ricos y pobres…” es una frase de Mons. Flores. 
    
Le gustaba ir por la vida ligero de equipaje. Evadía la pomposidad, el lujo, los títulos, y los homenajes. Muchos no entendían por qué se iba de retiro el día de su cumpleaños, en sus memorias publicadas, dice: “no por virtud, sino por temperamento, he sido ajeno a los homenajes a mi humilde persona, pero acepté que el padre Tomás Alejo -quien por su inocencia, siempre ha sido un admirador de mi vida.-  pusiera mi nombre al Liceo Secundario que él fundó, y dirige en El Pino, La Vega”.
    
El fenecido obispo, veía el cargo, como debe ser, no como un honor, sino como una responsabilidad y un puro servicio a la iglesia.  Y  que esa actitud le ayudó  mucho a él para mantenerse lejos del orgullo y de la alegría vanidosa. 
    
En la homilía pronunciada por su sucesor, Mons. Antonio Camilo, decía: “El legado de Mons. Flores a la humanidad es su humildad, porque el que no es humilde, por mucho que sepa, no sabe nada. En efecto, la verdadera sabiduría está en la humildad, que es la verdad. Otros valores que nos transmitió fue su sabiduría, caridad con los pobres, espíritu de servicio e inquebrantable fe en Dios. Fue un hombre con visión de futuro”.
    
Su lema episcopal reza así: “CARITAS NON FICTA”, amor no fingido. Su entrega incondicional y su pasión por el reino de Dios, se debe al amor a Cristo, y a la iglesia que  Él fundó. Como consagrado veía en el ser humano, el rostro de Cristo, no era indiferente ante el dolor y la tragedia humana, rezaba ante los problemas, y hacía todo lo que estaba a su alcance para resolverlos. Mons. Flores ha sido una bendición para la iglesia dominicana, agradecemos su paso por este mundo, su testimonio de fe, su espíritu apostólico, su preferencia y lucha por los pobres. ¡Que Dios le haya reservado una morada en el festín de las bodas eternas!

Felipe de Js. Colón