El misionero italiano Natale Paganelli lleva 31 años en Sierra Leona. Hace una semana tuvo fiebre alta y se auto aisló para evitar poner en peligro a los demás en caso de sufrir ébola. «Si ha llegado el momento, llévame», le dijo al Señor. Poco después, suspiró aliviado sabiendo que lo suyo era malaria. Porque hoy, tener malaria es un alivio en Sierra Leona.
El misionero habla del increíble día a día de un país donde descubrir que tienes malaria es un alivio. Sí, la misma malaria por la que cada día mueren más niños en África que el total de fallecidos por Ébola en Sierra Leona en agosto y septiembre.
Benedetta Frigerio, de la revista católica italiana Tempi, ha entrevistado a este misionero que lleva 31 años en Sierra Leona. «Antes, tener malaria era una maldición, ahora, si descubres que la tienes, suspiras aliviado». Por eso, le cuenta el misionero a la entrevistadora, el pueblo de este país «saldrá cambiado del Ébola. Aquí no sólo se muere. Están cambiando las relaciones humanas».
El padre Natale, de la congregación de San Camilo, cuenta cómo, al inicio, muchas personas pensaban que se trataba de una maldición debida a la brujería, por lo que participaban en los ritos funerarios de sus familiares y conocidos. Tocaban tranquilamente al muerto y se contagiaban. La realidad ha cambiado todo esto. Hay enfermos que huyen y así se ha difundido el virus de las ciudades a las aldeas. «Las últimas tres aldeas puestas en cuarentena están situadas en Makeni, al norte del país», explica el misionero.
Añade, además, que la gente está habituada a ayudarse mutuamente ante las peores tragedias -como ocurrió durante la terrible guerra civil que asoló Sierra Leona- y que, para los africanos, sepultar a sus seres queridos sin funerales es un verdadero trauma. Por eso, desde la Iglesia, «en cuanto muere alguien, nos acercamos al lugar y rezamos ante los cadáveres para confortar a las familias».
Hay una economía de subsistencia, donde se gana hoy lo que se come mañana. Las empresas han cerrado, los comercios no venden, y los hospitales están clausurados. Esto último significa que están aumentando las muertes por otras enfermedades, como la misma malaria.
El misionero camiliano cuenta cómo hace una semana tuvo 39 de fiebre, se auto aisló para no poner en peligro a nadie. Al final, malaria. «No tenía miedo. Cierto que no ha sido algo bueno, pero me he puesto en manos del Señor y le he dicho: si ha llegado el momento, aquí estoy, llévame».