En los países del tercer mundo, la acción de la Iglesia Católica debe ser cartilla de ejemplo. Aglutina la mayor cantidad de feligreses religiosos, y tiene una importancia vital en la toma de decisiones, por su papel político, social y económico. En América Latina miles de personas tienen fe en la Iglesia.
Es su última esperanza para llegar a una mejor vida. Sin embargo, esa Iglesia en muchas ocasiones, talvez la mayoría, a estado de espaldas a sus necesidades. Es una iglesia que en la cúpula se junta con el rico, con el déspota, con los gobiernos militares, presentando idea de aceptar la explotación, mientras que abajo, en los ensotanados de aldeas, cuece la rebeldía por los curas de sandalia.
Es una lucha donde debe haber integridad y unidad de propósitos. Muchas de las jornadas de lucha que inician los curas de barrio se quedaran en simples levantamientos de puños si la alta jerarquía es indiferente. Hay una iglesia comprometida, y otra de misas en latín en templos con aire acondicionado. Respeto las creencias religiosas y filosóficas de cada persona. La salvación puede estar en la oración o en la lucha callejera o electoral.
Ya en la terrible década de los 60 se lanzó la consigna de que la sotana debía estar ligada al fusil, quizás un tremendismo que terminó con los sacrificios que no dieron mayores aportes de Salomón Bolo Hidalgo y de Camilo Torres, ente otros. Hoy hay esperanzas en esa iglesia de luces y sombras, de Banco Ambrosiano, de túnicas enjoyadas, de brindis en los grandes palacios, de angeluz y de olvido.
El Papa Francisco se ve como el cura de sandalias, el humilde, el que busca redimir la figura del hijo de un carpintero, que nació en un establo con piso de tierra y hierba. En su nativa Argentina pudo cometer errores, o falta de dar un paso al frente contra la dictadura militar, pero los hombres son producto de su coyuntura, de su circunstancia. Francisco hoy es el pastor de millones de hombres que buscan la redención en la tierra, en todo el mundo, y tiene que actuar en consecuencia.
La iglesia necesita un misionero que luche contra el hambre, contra los millones de niños que mueren por falta de alimentos, de las poblaciones enteras que son diezmadas por las enfermedades, de los analfabetos, de los intocables a los que consagrara su existencia la Madre Teresa.
Para la iglesia llegar al corazón del hombre de hoy, no solo debe presentar a ese cristo de sacrificios, con los brazos destrozados en la cruz, sino dar un paso al frente ante las injusticias sociales y la desigual distribución de las riquezas y las oportunidades. Es la coyuntura o la circunstancia de Francisco. La historia lo juzgará por la huella que dejen sus sandalias.
Autor: Manuel Hernández Villeta