Un país sin oposición es un país sin esperanza, sin voz. La oposición política es un signo legítimo y tangible de que la democracia funciona. No hay democracia sin oposición, y esta no es fuerte sin una sólida oposición.
Una sociedad se mueve, si se mueven sus ciudadanos y ciudadanas. En un país sin oposición el conformismo arropa las conciencias, y el malestar es adormecida, anestesiado.
Una democracia sin oposición no será una verdadera democracia durante mucho tiempo. La democracia se enriquece con el debate que permite la comparación y esta se da con la existencia y vigencia de una oposición enérgica.
República Dominicana es un país con gran desigualdad social -cerca de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, y un puñado de familias concentran la mayoría de las riquezas.
La desigualdad es un terreno fértil para la disconformidad. A menos que se les adoctrine a aceptar la exclusión como un designios de Dios, los que están abajo suelen tener una fuerte motivación para oponerse a su condición y, por extensión, a los que ostentan el poder.
Un partido en el gobierno que controle los poderes del Estado, e incluso parte de la prensa, pierde la capacidad de responder con energía e imaginación a los nuevos desafíos. Sólo se escucha a si mismo.
Un gobierno o Congreso sin oposición, puede gobernar sin freno, sin supervisión. La oposición es el control, la vigilancia, la defensa de los ciudadanos y ciudadanas.
La ausencia de oposición es un medio de cultivo para la corrupción. Donde existe una oposición fuerte, el Congreso vigila más al Ejecutivo, haciendo más difícil actos de corrupción. Los partidos divididos sirven poco para la construcción de una oposición fuerte.
Donde existe una oposición sólida, sobre todo en el Congreso, las políticas del gobierno se debaten. Cuando un presidente puede tomar decisiones importantes sin consultar más allá de su círculo íntimo, el riesgo de error es alto.
Parafraseando a Germán Uribe, así como nadie admitiría y ni siquiera intentaría concebir, por ejemplo, un partido de pelota al que no concurriesen al menos dos equipos contrarios, así nadie podría entender un gobierno democrático sin el obstáculo de la oposición.
Si los ciudadanos preocupados por el bienestar común renuncian a la política, no hay cabida para las nuevas ideas. Se necesita construir una oposición para que nuestra sociedad avance.
“La disposición al desacuerdo, el rechazo o la diferencia -por irritante que pueda ser cuando se lleva a extremos- constituye la savia de una sociedad abierta.” Sin oposición no hay democracia sana.
Liliam Fondeur