Julio Vasquez.

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domingo, 9 de marzo de 2014

María Martínez Orbegozo, voluntaria pro vida: «Un hijo no es el problema de la madre, lo son las circunstancias que lo rodean»

Tres meses al otro lado del Atlántico, tres meses apostando por la vida, tres meses fueron los que pasó la periodista María M. Orbegozo en la ciudad que nunca duerme para ayudar a mujeres que ven en el aborto su única salida. Afirma que «ninguna mujer merece sufrir un aborto» y que necesitan ser escuchadas y acogidas, aunque terminen poniendo fin al embarazo. Esta bilbaína tiene poco más de veinte años, la misma edad que muchas de las chicas a las que atendía.

(Jóvenes Católicos/InfoCatólica) «Durante los días que estuve tratando con estas mujeres, ninguna habló nunca de un simple bombo. Son mujeres que se sienten solas y hay que estar ahí para que se sientan apoyadas, con independencia de la decisión que tomen».

María, ¿qué te llevó a iniciar esta aventura?

Llevaba mucho tiempo ligada al movimiento provida. En Bilbao estuve colaborando con una ONG de ayuda a la mujer embarazada en situaciones difíciles. Cuando me fui a la universidad, no mantuve el contacto con ninguna organización. Sin embargo, no me desvinculé del todo de este tema. Además de dirigir el proyecto de Cultura de la Vida de Arguments, empecé a estudiar el movimiento provida en Estados Unidos, porque nos llevan la delantera desde hace unos años. Allí, las asociaciones provida empezaron a lanzar un mensaje positivo, apostando por la mujer y centrando su labor en ayudarles con sus circunstancias: no son verdugos, son una víctima más del aborto. También me llamó la atención el hecho de que en Estados Unidos no se vincule la defensa de la vida con la religión o con una ideología concreta, pues existen asociaciones tan dispares como «Ateos por la vida», «Feministas por la vida» o «LGBT por la vida». Todo esto ha dado un giro en la opinión pública americana: la última encuesta Gallup señaló que el 51% de los americanos se considera prolife frente a un 42% que se declara prochoice. El querer conocer esta realidad en primera persona fue lo que me llevó a cruzar el charco.

Háblanos de la ONG en la que estuviste. ¿Cómo trabajan?

La asociación con la que colaboré tiene cuatro centros repartidos por el Estado de Nueva York, ciudad considerada como la capital del aborto en América. Ofrecíamos ecografías, test de embarazo y asesoramiento gratuitos. Esto último es fundamental, pues son mujeres que están viviendo situaciones muy difíciles y nadie les escucha.

¿Qué circunstancias tenían las mujeres que iban a vuestros centros?

Tenían situaciones muy duras. Unas se veían en la obligación de abortar por coacción de sus padres: si no abortaban les echarían de casa. También era frecuente la presión de la pareja o situaciones económicas muy duras, pues allí las diferencias sociales están muy marcadas. Eran mujeres que realmente no tenían nada. Es muy fácil teorizar pero, cuando hablas con estas madres, tienes que ponerte en la piel de cada una, intentar comprender su situación y ofrecerle alternativas, porque las hay.

¿Qué tipo de alternativas?

Muchas, todas dependiendo de la situación de cada mujer. Un hijo no es el problema de una madre, lo son las circunstancias que rodean ese embarazo. Si a una chica le echan de casa por no querer abortar, existen pisos de acogida para atenderles durante el embarazo. Si no tiene recursos económicos suficientes para sacar adelante a su hijo, hay asociaciones que procuran material básico para el bebé. También hay organizaciones que ofrecen formación profesional gratuita a las madres gestantes para que ninguna se vea obligada a renunciar a la maternidad por falta de medios. La adopción es otra alternativa posible, muy generosa y valiente, aunque muchas de aquellas que se la plantean terminan quedándose con su hijo.

¿Qué necesita una mujer que ve en el aborto su única salida?

Apoyo. Una vez atendí a una chica que, aunque terminó abortando, me envió un mensaje dándome las gracias por haberle escuchado. Me dijo que fui la única amiga que encontró cuando atravesaba uno de los momentos más duros de su vida. Con independencia de la decisión que tomen, muchas de ellas son mujeres que se sienten solas y el estar ahí y que se sientan apoyadas es fundamental.

Después de todo lo que has contado, es evidente que aún existe un desconocimiento muy grande del tema del aborto en la sociedad. Hace unas semanas, con motivo de la presentación del anteproyecto de la llamada ley Gallardón, #MiBomboEsMio fue Trending Topic en Twitter. Desde tu experiencia con embarazadas que ven en el aborto su única salida, ¿crees que esas madres desprecian así al hijo que llevan dentro?

En absoluto. Durante los 90 días que estuve tratando con estas mujeres, ninguna habló nunca de un simple bombo. Todas eran conscientes de lo que llevaban en su interior y muchas sufrían ante la idea de tener que abortar. Me da pena que se banalice de esta forma un hecho clave en la vida de cualquier mujer, como es el embarazo, sea deseado o no.

Otra de las consignas que suelen lanzarse es la de «Nosotras parimos, nosotras decidimos». ¿Qué papel crees que juega o debería jugar el hombre?

El papel del hombre es fundamental. Tiene que ofrecer ese apoyo del que te he hablado. Durante mi estancia en Estados Unidos, vi a muchas chicas acudir solas a las clínicas abortistas. Es muy duro verlas así. Me acuerdo de un día que estábamos en la puerta de una clínica y vimos una pelea en un coche; era una pareja que se estaba gritando. Al final, ella se puso a llorar, salió del coche y entró a la clínica. Él se quedó fuera fumando. Pasados unos minutos salió del centro. Al día siguiente, volvimos a verle a ella, pero venía sola. No sé lo que pasó exactamente, pero lo puedes deducir: él le está obligando a hacer una cosa que no quiere, que pasaba muchas veces y luego algo tan duro, como dar ese paso, que lo haga sola. Te da qué pensar. También recuerdo una vez que vino una pareja de jóvenes, ella tenía 16 y él 18 años. Al verlos juntos en esas circunstancias, te dabas cuenta de lo importante que es ese apoyo. Además que ha tenido su implicación, necesaria, en el embarazo. Venían con la idea de abortar, pero al ver el resultado del test de embarazo y la ecografía, él se emocionó tanto que empezó a sacarle fotos. Al final, decidieron continuar.

¿A qué historia le tienes especial cariño?

A la historia de la primera chica que conseguí que siguiera adelante con el embarazo. Tenía 20 años cuando le atendí, pero tuvo un aborto con 17. Estaba muy afectada. Cuando hablabas con ella, notabas que había algo detrás. Hay que darles confianza y entrar poco a poco en sus corazones. Cuando empecé a ahondar en sus circunstancias, rompió a llorar y me contó que aquel aborto que tuvo hacía 3 años fue de un bebé que nació vivo con 22 semanas. Le dieron unas pastillas para abortar pero, lejos de eso, le provocó contracciones y la niña nació viva y ella la vio. Murió al de unos minutos. A los tres años se volvió a quedar embarazada y, cuando estaba de unas 20 semanas (casi el mismo periodo de gestación que la vez anterior) vino a vernos. Aunque tuvo mucha presión por parte de su familia, continuó con el embarazo y su princesita –como la llama ella- nació hace un mes. Sus familiares están felices y ella mucho más. Es impactante pensar que ese bebé que ves ahora en fotos, lo tuviste delante, dentro de una tripa.

Y después de 90 días defendiendo la vida, viviendo la realidad del aborto tan de cerca, ¿qué piensas cuando llegas a tu país y ves que la mitad de los españoles defienden que el aborto es un derecho?

Pienso que ninguna mujer se merece eso. Una mujer tiene derecho a tener un trabajo digno, a poder criar a su hijo, a poder conciliar vida laboral y familiar, a acceder a unas ayudas (que las hay), y a poder darse una oportunidad; porque un hijo no es el problema de la madre, lo son las circunstancias que rodean ese embarazo. El derecho de estas mujeres es que puedan elegir entre muchas alternativas y ser ayudadas en esas circunstancias, siempre difíciles