Julio Vasquez.

Radio Renacer

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lunes, 22 de agosto de 2011

El amigo leal. Cuento


Quizás para don Bartolo, un anciano cojo cubano, escuchar decir que el perro es el mejor amigo del hombre, era una expresión baladí que nunca podría explicar su relación con Vego, su inseparable compañero.

Don Bartolo ocupó aquel apartado trailer, que le había dejado un sobrino llegado con él a Cayo Hueso, Florida, durante la masiva migración cubana de Puerto Mariel, y deambulaba por las calles con aquel perro que alguien había abandonado siendo un cachorrito.

El animal alimentado por las sobras recogidas por el viejo para ambos, creció fuerte y en poco tiempo mostró su contextura de puro Pitbull Terrier, pero además su carácter de consagración hacia su amo, el cual no era bien visto por los habitantes de la pequeña ciudad del remoto cayo.

Cuando este cubano paseaba su cojera por las calles, algunos de los que habían llegado en aquel oleaje humano, se burlaban de él, de su procedencia en la isla y lo comparaban con su acompañante. Vego, aprendió a interpretar el desagrado de su querido amigo, y pronto los burladores, comenzaron a recibir las miradas fieras y amenazantes del can.

Fue así, como una de esas tardes en que Don Bartolo se movía buscando algo de comer por caridad, entre zafacones y los dueños de embarcaciones ancladas en el puerto, allí en una bodega hispana de una calle aledaña, un mozalbete trató de burlarse de él asustándolo; el Pitbull, fue quien realmente se asustó, saltó sobre el imprudente y casi lo derribó, ante los gritos y exclamaciones don Bartolo tomo su perro y se marchó escuchando las advertencias de “no te acerques mas por aquí con esa fiera”. Nació de esa manera la fama y el temor por Vego.

Salir furtivamente durante las noches, fue la solución del viejo a su problema para encontrar alimentos, esto lo limitaba solo a los zafacones, porque así no podía implorar caridad a los turistas y marinos. Los parroquianos se fueron desacostumbrando a su presencia, pero no olvidaban la fiereza de Vego, la cual salía a colación cada vez que cualquier viralata aparecía en escena.

Cuando ya nadie tomaba cuidado ante la presencia del cojo y su fiera y muchos ni se acordaban de ellos; un fuerte hedor comenzó a sentirse alrededor del viejo trailer. Algunos vecinos pensaron que eran las sobras de comida descompuesta tiradas por el pobre señor, pero cuando el bao fue haciéndose irresistible, comenzaron a chequear el área donde estaba el inmueble para llamarle la atención al cubano; al no encontrar nada, llamaron repetidamente a la puerta de don Bartolo, y solo sordos gruñidos del animal se dejaron oír.

Los atemorizados vecinos imaginaban cosas diferentes, algunos creían que Bartolo se había marchado por algunos días dejando el perro con alguna carroña descompuesta como alimento, otros más trágicos opinaban que la fiera había matado a su dueño. Esto último fue lo que los llevó a llamar a la policía. Cuando los oficiales vieron que nadie respondía a sus múltiples llamados, forzaron la puerta de la vivienda y aquel Pitbull se abalanzó violento ante la violación de su espacio, dos disparos de un oficial pararon la reacción y la vida de Vego, que calló frente al pobre camastro donde cuidaba el cadáver ya descompuesto, pero intacto y bien vestido de su amo.