Conocí a Guillermo Moncada a mediados de la década de los años ’70, porque estudiamos juntos en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (Pucamaima), entramos a esa universidad el mismo año, tomamos muchas materias con los mismos profesores, en las mismas aulas y bajo los mismos criterios filosóficos y salimos graduados el mismo año. Allí nos enseñaron a ser útiles a la sociedad y hemos tratado de ser útiles a la sociedad.
Nunca voy a entender que el hecho de que un profesor estacione su automóvil en un parqueo no señalizado con un letrero que diga prohibido estacionar sea motivo suficiente para que el hijo del usuario habitual del parqueo dispare diez veces contra una persona que no fue el que se estacionó en el parqueó, porque eso es un acto de primitivismo y de salvajismo que nada debe envidiar al hombre de Neanderthal.
Y eso fue lo que se cometió la pasada semana contra el Ingeniero Guillermo Moncada, cuando fruto de la ola de violencia, de salvajismo y de irracionalidad que caracteriza a una parte de nuestra sociedad, un ciudadano hizo uso de su arma y le disparó diez veces hasta quitarle la vida de manera salvaje y de manera brutal, simplemente porque un profesor que daba clases a un sobrino de la víctima ocupó de manera momentánea un parqueo propiedad del padre del victimario. Nos estamos volviendo locos.
Y lo peor del caso, es que los familiares del victimario, en lugar de pedir perdón a los familiares de la víctima y en lugar de pedir perdón a toda la sociedad, han salido a presentar al victimario como un hombre santo, como un hombre bueno, como un hombre noble, como un hombre servicial y como un hombre decente, muy diferente a lo que opinan los vecinos y testigos del horrendo y brutal crimen que ha estremecido los cimientos de toda la sociedad dominicana.
He dicho en los medios de comunicación que esto no se debe quedar así, y he dicho que voy a mantener mi lucha pública hasta que esto sirva de ejemplo a una sociedad que se está convirtiendo en primitiva, en cavernaria, en sanguinaria, en cruel, en despiadada y en desalmada.
Debemos comprender querida que este acto brutal y tribal tiene que ser repudiado por toda la sociedad, aún por los que no conocieron a Guillermo, quien fue un profesional de la ingeniería que sólo se dedicaba a su trabajo, y que ni siquiera discutió con el salvaje matador que creía estar en la arena de un circo romano donde sólo se pedía sangre y más sangre.
Debemos pensar en los hijos de Guillermo, quienes hoy se preguntarán que cuál fue el pecado cometido por su padre para merecer esta muerte brutal, porque quienes le conocimos en la universidad nos hacemos la misma pregunta.
Es penoso escuchar a personas que justifican el hecho sobre la base de que el profesor no debió ocupar un parqueo ajeno, o que la hermana no debió llamar a Guillermo para que interviniera en una discusión con un salvaje que no entiende ninguna razón y eso es justificar el salvajismo.
Si dejamos que este crimen salvaje y brutal se quede así, mañana podría pasarle a cualquiera de nosotros en un parqueo, en un centro comercial, en una esquina o en cualquier otro lugar, y por tal motivo la sociedad está obligada a tomar este triste y doloroso caso para crear conciencia y exigir respeto por la vida de los demás.
Nunca voy a entender que el hecho de que un profesor estacione su automóvil en un parqueo no señalizado con un letrero que diga prohibido estacionar sea motivo suficiente para que el hijo del usuario habitual del parqueo dispare diez veces contra una persona que no fue el que se estacionó en el parqueó, porque eso es un acto de primitivismo y de salvajismo que nada debe envidiar al hombre de Neanderthal.
Y eso fue lo que se cometió la pasada semana contra el Ingeniero Guillermo Moncada, cuando fruto de la ola de violencia, de salvajismo y de irracionalidad que caracteriza a una parte de nuestra sociedad, un ciudadano hizo uso de su arma y le disparó diez veces hasta quitarle la vida de manera salvaje y de manera brutal, simplemente porque un profesor que daba clases a un sobrino de la víctima ocupó de manera momentánea un parqueo propiedad del padre del victimario. Nos estamos volviendo locos.
Y lo peor del caso, es que los familiares del victimario, en lugar de pedir perdón a los familiares de la víctima y en lugar de pedir perdón a toda la sociedad, han salido a presentar al victimario como un hombre santo, como un hombre bueno, como un hombre noble, como un hombre servicial y como un hombre decente, muy diferente a lo que opinan los vecinos y testigos del horrendo y brutal crimen que ha estremecido los cimientos de toda la sociedad dominicana.
He dicho en los medios de comunicación que esto no se debe quedar así, y he dicho que voy a mantener mi lucha pública hasta que esto sirva de ejemplo a una sociedad que se está convirtiendo en primitiva, en cavernaria, en sanguinaria, en cruel, en despiadada y en desalmada.
Debemos comprender querida que este acto brutal y tribal tiene que ser repudiado por toda la sociedad, aún por los que no conocieron a Guillermo, quien fue un profesional de la ingeniería que sólo se dedicaba a su trabajo, y que ni siquiera discutió con el salvaje matador que creía estar en la arena de un circo romano donde sólo se pedía sangre y más sangre.
Debemos pensar en los hijos de Guillermo, quienes hoy se preguntarán que cuál fue el pecado cometido por su padre para merecer esta muerte brutal, porque quienes le conocimos en la universidad nos hacemos la misma pregunta.
Es penoso escuchar a personas que justifican el hecho sobre la base de que el profesor no debió ocupar un parqueo ajeno, o que la hermana no debió llamar a Guillermo para que interviniera en una discusión con un salvaje que no entiende ninguna razón y eso es justificar el salvajismo.
Si dejamos que este crimen salvaje y brutal se quede así, mañana podría pasarle a cualquiera de nosotros en un parqueo, en un centro comercial, en una esquina o en cualquier otro lugar, y por tal motivo la sociedad está obligada a tomar este triste y doloroso caso para crear conciencia y exigir respeto por la vida de los demás.