El problema verdadero en Venezuela se llama Hugo Chávez. Durante 13 años ha controlado casi todo en el país. Y ahora que está enfermo en Cuba y falta, nadie sabe qué hacer.
En una democracia representativa el poder se divide entre muchas personas –un sistema que permite al gobierno seguir funcionando independientemente de lo que suceda a sus líderes. Pero en las dictaduras y en los sistemas autoritarios, como Venezuela, el poder se concentra en un solo hombre. Y cuando ese hombre no está, la nación se paraliza. Nadie se atreve a tomar decisiones que Chávez, si regresara, podría retractar con un dedazo. Y ante la incertidumbre lo único que sube es el dólar en el mercado negro y la inflación.
Chávez, por supuesto, no llegó a Caracas para su toma de posesión el 10 de enero. Está muy enfermo tras una cuarta operación por un cáncer en la zona pélvica. La interpretación oficial es que la toma de posesión es un simple “formulismo“. (Sin embargo, es la primera vez que este “formulismo” no se cumple desde que el general José Antonio Páez lo hizo en 1831).
La constitución bolivariana, redactada originalmente en 1999 para beneficiar a Hugo Chávez, es inequívoca. En su artículo 231 dice que “el candidato elegido tomará posesión del cargo de Presidente el diez de enero del primer año de su período constitucional”. Luego aclara que si el juramento no se puede hacer en la Asamblea Nacional, podría hacerse ante el Tribunal Superior de Justicia. Pero en ningún momento autoriza al ganador de las elecciones a no tomar el juramento o a pasarlo a otra fecha.
Lo obvio, lo patente, es que Chávez no está en Venezuela. Por lo tanto, había que aplicar el artículo 233 y declararlo en “falta absoluta” o, en su caso, el artículo 234 y reconocer que hay al menos una “falta temporal“. Pero los chavistas le tienen tanto miedo a Chávez –el temor es una de las formas clásicas de gobernar de los caudillos– que ni siquiera se atrevieron a establecer lo obvio: que Chávez está ausente.
Los miembros atemorizados del Tribunal Superior de Justicia concluyeron que Chávez podría tomar posesión en otra fecha, no especificada, y declararon olímpicamente que hay “continuidad administrativa” para su gobierno. Nada de eso dice la constitución. Se lo sacaron de la manga y del miedo. Bueno, ni siquiera se atrevieron a formar una junta médica para determinar si Chávez puede seguir gobernando.
El resultado de esta violación constitucional es una confusión enorme. ¿Tiene Venezuela un presidente legítimo? ¿Quién gobierna? ¿Son válidos los contratos y las decisiones que tomen los ministros en funciones? ¿Por cuánto tiempo se sigue así: meses, años?
Ante la falta del caudillo, la lucha por el poder está a todo lo que da. Los chavistas apuestan a que puede haber chavismo sin Chávez. Los equipos están bien formados. El vicepresidente, Nicolás Maduro –con el apoyo de los hermanos Castro en Cuba y la bendición de Chávez– se quedó, por ahora, al frente del país gracias a la decisión controversial y arbitraria del Tribunal Superior de Justicia. Pero si la enfermedad de Chávez se extiende o se agrava, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, podría tomar el liderazgo del gobierno y hasta quitarle el puesto de vicepresidente a Maduro. No hay sonrisas más falsas en la televisión estatal venezolana que la de los abrazos de estos dos líderes, con Maduro sobándole la cabeza a Cabello.
La oposición se puede quejar todo lo que quiera. Pero está claro que sus opiniones no son tomadas en cuenta. Venezuela sigue siendo un país que controlan los chavistas y, a menos que Chávez salga totalmente del panorama político, las cosas no van a cambiar a corto plazo. Frustrante, sí. Pero es la realidad. Por lo tanto, quizás lo más sabio y prudente sea ver como los chavistas salen del enredo legal y constitucional en que se han metido.
Cualquier democracia requiere una clara división de poderes, y ese no es el caso de Venezuela, donde Chávez controla la Asamblea, la corte suprema, el ejército, el organismo electoral y los principales medios de comunicación. Eso no es democracia; eso es caudillismo.
Menos Chávez habría hecho de Venezuela un país más democrático. Pero no es el caso. Chávez, tras el intento de golpe de Estado en el 2002, dejó a un lado cualquier pretensión democrática y empezó a acumular el poder por la fuerza.
El principal problema en Venezuela no es la ausencia de Chávez sino la desenfrenada concentración de la autoridad y de los recursos en una sola persona. Nuestra historia está plagada de hombres fuertes con egos incontrolables en países que se dejan.
Si de verdad Chávez hubiera pensado primero en Venezuela, no habría establecido un sistema de gobierno tan vertical y basado en el culto a su personalidad. Pero hoy ya es demasiado tarde. Nadie sabe qué hacer sin él.
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