Julio Vasquez.

Radio Renacer

Radio Renacer

Radio Renacer

miércoles, 19 de febrero de 2014

«Te tuve entre mis brazos 33 días. Te abracé, te toqué… ¡te besé tantas veces!»

Las tendencias de natalidad en el mundo muestran que las mujeres aplazan los deseos de maternidad para concebir después de los 30 años. Sin embargo, con el paso del tiempo aumentan los riesgos en la gestación. Así le ocurrió a María de los Ángeles Marzá, cuando durante el primer trimestre de su embarazo los médicos le advirtieron que el bebé en gestación experimentaba ciertas anomalías.

(Portaluz) «El examen de traslucencia nucal dio un resultado de 2.4 milímetros y tenía una posibilidad de entre 98 de tener un hijo con Síndrome de Down u otra disfunción cromosómica. Ante esto, me recomendaron la amniocentesis (procedimiento prenatal que analiza el líquido amniótico del feto), pero me negué rotundamente. ¿Para qué? Si mi hijo tenía que venir al mundo con una enfermedad, así sería, así estaba escrito que debía ser».

Contra todo pronóstico, la vida

Con treinta y cuatro años para Lales -como su familia le apoda cariñosamente- una oriunda de Tarragona sumergirse en el dolor no estaba en su agenda. La primera sorprendida, dice, fue la ginecóloga por su opción de no practicarle una amniocentesis. «La experta esbozó la posibilidad de interrumpir el embarazo, pero mi decisión era una sola: no tenía ninguna intención de abortar, por amor y por mi fe. Yo estaba acompañada de mi madre, que defendía conmigo el derecho a la vida de mi niño y ante nuestra negativa nos dijo sin filtro alguno: «Bueno señora, ¡peor será que el niño se muera cuando cumpla 10 días!».
Lales no se amilanó y esperó algunas semanas para hacerse una ecocardiografía. Estaba claro… «Tomás sufría de una cardiopatía que podría estar asociada al Síndrome de Down y comprometía dijeron la supervivencia. Existía apenas el tabique central que separaba las aurículas de ventrículos y el ventrículo derecho estaba menos desarrollado de lo debido. No existían las válvulas tricúspide y mitral sino una sola válvula común».
En tanto, la ginecóloga que acompañaba a María, no se rindió, insistiendo en practicarle los exámenes que Lales rechazaba. Cuenta que la presión era tal que «a veces me hacían pensar que la mala de la película era yo».

Una operación a corazón abierto

Finalmente el 7 de julio de 2012 por medio de un parto por cesárea nació Tomás. El cariotipo determinaría dos semanas después, que el bebé, además de la cardiopatía, tenía Síndrome de Down. Era necesario operar para estrechar la arteria pulmonar y así controlar la irrigación sanguínea que llegaba de los pulmones al corazón.
Al día siguiente, a las 8:41 de la mañana intervinieron a Tomás y las primeras horas fueron cruciales. Nunca había anhelado que pasaran las horas rápidamente para volver a tener al bebé en brazos. Con la ansiedad a cuestas, recuerda María que el cirujano les explicó que la operación había tenido resultados alentadores. «Estaba contento, satisfecho. Tanto el preoperatorio como la operación habían salido como él esperaba. Y cuando me lo dejaron ver, di gracias a Dios… ¡mi niño estaba bien!».
Sin embargo, con el pasar de las horas el diagnóstico se estaba ensombreciendo. Durante gran parte del día había estado sedado y sin complicaciones, pero en la noche los pulmones empezaron a fallar. En la madrugada María recibió una llamada en el móvil, indicándole que la frecuencia cardiaca de Tomás había disminuido bastante y creían conveniente que fuera al hospital. «Allí supe que lo perdía. Recé todo lo que sabía en el camino al Hospital… creo que mezclé mil oraciones. La noche anterior, mi padre había mandado un mensaje a todos mis hermanos, a mi madre y a mí en el que decía «Voy a rezar un rosario, si todos hacemos lo mismo lograremos el milagro». Quizás no sabíamos en ese momento para qué rezábamos».

El nuevo ángel de Lales

Aquellos instantes calaron profundo en María, pues, los médicos anticipaban un escenario complejo. «me acerqué a él, un cardiólogo le hacía un masaje cardíaco…, le cogí el bracito y le hablé… «Tomás, mi vida, lucha un poquito más, por favor, lucha, cariño, tenemos muchas cosas que hacer todavía, por favor, mi vida, por favor… angelito, por favor». Y mientras le hablaba me desmayé. Quizás fue en el mismo instante en el que la vida de Tomás se iba, que mi cuerpo sintió que media vida se me iba… caí y a las 7:20 de la mañana, Tomás nos dejó».
El pabellón del hospital San Joan de Deu se estremeció ante el dolor de un pequeño que hasta el final se aferró a la vida. «No me arrepiento de lo que he vivido –expresa María-. Tan solo puedo arrepentirme de esos tres o cuatro minutos que pude perder tras mi desmayo, y eso es nada en comparación a todo lo que mi hijo me dio por voluntad de Dios desde el primer segundo de vida… desde que esa vida comenzó a latir dentro de mí, y les aseguro que mereció la pena».
María encontró que era necesario plasmar este testimonio por medio de una carta y días después de la partida de Tomás, publicó un sentido homenaje a su hijo en la red social del hospital:
«Te tuve entre mis brazos 33 días. Te abracé, te toqué… ¡te besé tantas veces!… nuestras vidas han latido al unísono como una sola persona, como un sólo ser… dicen que la Virgen te vio tan especial que te quiso para Ella, para cuidarte y protegerte… luché por traerte a este mundo, fui a contracorriente porque algunos decían que era mejor interrumpir tu venida por lo enfermito que ibas a estar. No hice caso y seguí luchando… quisiste enseñarnos algo y lo cumpliste: a mí me has enseñado, entre muchas otras cosas cuán gratificante es haberte dado la vida».