Julio Vasquez.

Radio Renacer

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lunes, 10 de febrero de 2014

Como mantener vivas a las Mariposas


La última mariposa Mirabal ha muerto: Bélgica Adela Mirabal, conocida cariñosamente como Dedé, se reunió con sus tres hermanas el 1ero. de febrero del 2014. Las sobrevivió por más de cincuenta y tres años, y las vio transformarse en símbolos internacionales de resistencia y de derechos humanos. Cuando niños curiosos le preguntaban: “¿Por qué no te mataron a ti también?”, Dedé les respondía que ella había sobrevivido para poder criar a los niños huérfanos –una familia que al fin de cuentas nos incluía a todos nosotros, los dominicanos despojados que recuperábamos nuestras almas tras una dictadura de treinta y un años. Pero Dedé también creía que había sobrevivido para poder contar la historia de lo que les pasó a sus hermanas. Era su destino y responsabilidad mantener el espíritu de lo mejor de ellas vivo en si misma y en todos nosotros.
¡Y vaya que lo logró! Una y otra vez, una docena de veces al día, Dedé narraba lo ocurrido en esos años oscuros. No importaba quién llegara a su puerta, incluyendo esta autora, con un pequeño cuaderno de apuntes y muchas preguntas, Dedé nos dio la bienvenida a su hogar en Ojo de Agua, donde se sentaba en su mecedora en la galería, bebiendo limonada, respondiendo preguntas, dándole vida de nuevo a una u otra hermana a través de un detalle o una anécdota.
Pasaba las tardes en el Museo, en Conuco, que estableció en la casa que había pertenecido a su madre, donde las hermanas vivieron durante los últimos meses de sus vidas. Cada habitación estaba tal cual las muchachas las habían dejado cuando salieron aquel fatídico día, 25 de noviembre de 1960, a visitar a sus esposos encarcelados, conducidas por su leal amigo y también víctima, Rufino de la Cruz. Los visitantes llegaban por millares: desde el interior del país y del exterior. La mayoría de los niños dominicanos han visitado el Museo en algún momento de su vida estudiantil para mirar con asombro y sorpresa aquel hogar donde todo parece ser tan “normal”: una cuna de bebé en la esquina con un mosquitero; una costura inconclusa tendida sobre la antigua máquina Singer; un par de zapatos blancos, de tacones altos esperando ser lustrados para ir a misa. Ciertos detalles más nefastos les recordaban la espantosa realidad de su trágico fin: la trenza de María Teresa que Dedé le había cortado en la morgue guardada en un exhibidor plástico; el vestido que llevaba puesto Patria, color turquesa con manchas de sangre en el regazo, colgado de una percha en la puerta del armario; una foto de Manolo, el esposo de Minerva, con lentes oscuros, de duelo por la muerte de su esposa asesinada reposaba en el mueble al lado del cepillo que aun tenía hebras de cabello marrón oscuro cuando lo levanté en mi primera visita a principios de los 80.
Fuera de la casa, podando y cuidando de su bello jardín sembrado con flores que atraían a las mariposas, Dedé pasaba muchas de sus tardes. Si visitantes al Museo la querían conocer, Dedé dejaba su trabajo para hablar con ellos, especialmente con los niños. Se reía de sus divertidas preguntas, y ninguna la afectaba tanto como aquella que la dejaba pensativa y absorta. “¿Por qué no te mataron a ti también?”
Era como si la meta de cada día de su vida fuese tratar de contestar esa pregunta.
Por más de medio siglo, Dedé sirvió a su país y al mundo con un heroísmo muy diferente al de sus hermanas, pero que no obstante sigue siendo heroísmo: un heroísmo igualmente difícil de mantener, el cual requiere de esperanza y valentía, de extraordinaria paciencia y resistencia: el heroísmo de actos diarios de pureza y bondad, de valentía y compasión. Día tras día, Dedé nos hizo creer en los mejores ángeles de nuestra naturaleza; nos inspiraba. Con pasos paulatinos, con su vivaz y jovial personalidad, tanta que casi no nos dábamos cuenta de lo difícil que fue y la persistencia con lo cual lo hizo, nos guió y nos sacó de la oscura era de la dictadura y nos empujó hacia adelante, año tras año, hacia el aun tentativo amanecer de una nueva democracia. Fue modelo para nosotros de cómo ser un ciudadano comprometido, unas Quisqueyanas y Quisqueyanos valientes. Ella lo logró con su ejemplo, no a través de reproches y odio, lo logró a través de sus acciones no a través de abstracciones propagandistas. Su mensaje básico era tan simple que todos esos alumnos y estudiantes rápidamente entendían, era amor. Una bienvenida calurosa. Una respuesta paciente a una pregunta ya escuchada cientos de veces. Nos debemos perdonar el uno al otro, pero no debemos olvidar. Para eso están los cuentos. Debemos saber de lo que somos capaces para poder hacer lo posible, para querernos mejor el uno al otro.
¿Por qué no te mataron a ti también?
Ahora los años han hecho lo que los secuaces de Trujillo no pudieron hacer. Dedé Mirabal ha muerto. Ya no tenemos a esa persona amada que encarna todas aquellas preciosas cualidades que nos llevaban a su lado. ¿Qué pasará ahora con las Mariposas?
Todo aquello que Dedé representaba –su espíritu entusiasta y vivaz, su vocación por servir, su profunda compasión y su integridad, su generosidad y su bondad –mueren con ella, al menos que nosotros mantengamos vivos esos valores en la forma que vivamos nuestras vidas.
Todos los días podemos hacernos una versión de la pregunta que los niños le hacían: ¿Por qué estamos vivos hoy en este mundo?, ¿Cómo puedo yo servir?, ¿Cómo puedo yo contribuir para que haya justicia?, ¿Qué puedo hacer yo para asegurar que toda niña y niño en el mundo tenga la oportunidad de vivir una vida decente? Cada vez, cada día que encontremos una respuesta a estas preguntas, las Mariposas están vivas.
Dedé Mirabal ha muerto, pero ha dejado un par de alas dentro de los corazones de cada una de las personas cuyas vidas se vieron tocadas tan profundamente por ella.
Traducción de PAULA VEGA

Juia Álvarez