Julio Vasquez.

Radio Renacer

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domingo, 15 de diciembre de 2013

Una invaluable herramienta del demonio



Las cosas del diablo no están escritas. Un día dizque se iba a retirar de los negocios y puso en venta sus herramientas, muy desgastadas del tanto uso.

Ahí las tenía en fila india: el odio, la malicia, el rencor, la soberbia, la envidia, los celos, la mentira, el juego, la droga, el alcohol, el sexo desenfrenado…

Y un poco hacia un lado, una aparentemente inofensiva, cuyo precio era muy superior al de todas las otras.

--¿Cómo se llama? –preguntó alguien.

--Se llama desaliento. Este instrumento es mas útil que cualquier otro –contestó el diablo. Con el desaliento puedo entrar en la conciencia del ser humano cuando todas las demás herramientas han fallado. Una vez adentro, con esta sola arma puedo llegar a hacer lo que desee con esa persona. Está muy gastada porque la utilizo mucho y con casi todo el mundo, y como muy pocos saben que me pertenece, puedo usarla continuamente para lograr mis propósitos –concluyó.

Dice la historia que a pesar de su utilidad, el precio del desaliento era tan alto, que aún hoy sigue siendo propiedad del diablo.

Comenta Vianney Vallenilla de Barboza que el desaliento es como un pulpo que amenaza, que está ahí, silente, esperando con sus tentáculos listos para atraparnos, para robarnos la voluntad. El desgano se origina cuando nos dicen que no podemos lograr tal o cual cosa, o cuando nosotros mismos nos convertimos en los verdugos del propio ser, y apostamos a la desmotivación.

Las limitaciones que nos imponen los demás, según su manera de ver las cosas, son esos misiles de desmotivación lanzados en el momento preciso con frases tales como "no podrás hacerlo", "es difícil", "no es el momento", "nacimos pobres", "así es la vida", "hay que conformarse".

También nos doblega el miedo, ese temor que nos convierte en seres inseguros, que se origina por la ignorancia y que captamos desde pequeños cuando crecemos cerca de personas que nunca se atrevieron, que creyeron en la suerte de unos y las desdichas de los otros, que dividían el mundo entre "los de arriba y los de abajo."

Afirma la autora citada que siempre se ha imaginado que “cuando Dios creó los hombres abrió sus manos y dijo ‘Hijos míos, vayan en búsqueda de su felicidad’, unos corrieron a toda prisa, otros avanzaron lentamente pensando para qué apurarse, y algunos se detuvieron en el camino, ya que se cansaron antes de comenzar. Estos últimos son los creadores o pioneros del desaliento.

Es cierto, algunas personas logran sus propósitos con mayor rapidez o facilidad, pero esa no es razón para que desistamos de nuestros objetivos, porque lo que logramos con esfuerzo y sacrificio nos inyecta una invaluable dosis de aliento.

Debemos llenarnos de alegría, confianza y seguridad. Derrotemos al temor y al desaliento.

Resistamos las críticas, aprendamos de ellas para reconocer nuestras debilidades. Corramos a buscar esa felicidad que Dios nos regaló. No esperemos sentir pena por nosotros mismos. Son infinitas las maneras de crecer. No perdamos la carrera antes de empezar, no nos cansemos antes de comenzar a recorrer el camino. ¿Miedo a qué?

“El desaliento no ha levantado jamás a nadie. Camina. Camina, Yo caminaba rumbo al Calvario y, no obstante mis sufrimientos, llegué. Mírame y tendrás un renovado valor. Y hazme el honor de llamarme en tu auxilio,” nos dice nuestro Hermano Jesús.
Bendiciones y paz.

Este cuento aparece publicado en la página 115 de mi libro “¡Descúbrete!´Historias y cuentos para ser feliz”. Disponible en Librería Cuesta.

Juan Rafael Pacheco.