Según un estudio elaborado por Transparencia Internacional en el cual mide la corrupción en 177 países, nosotros estamos en el número 123, muy lejos del sitial alcanzado por aquellas naciones que han logrado erradicar este cáncer social del robo y la malversación de los fondos públicos.
Este puesto, muy desagradable por cierto, debe llenarnos de vergüenza por ser una ofensa a los hombres y mujeres que han dado su vida para tener una sociedad basada en principios y valores.
Por el robo de los fondos del Estado tenemos a muchos dominicanos viviendo en la extrema pobreza, campesinos sin caminos vecinales, hospitales carentes de medicinas, jóvenes deambulando en busca de un empleo y otros males que esperan solución.
La culpa de los desfalcos que hemos visto en el país a través de la historia recae sobre los que han ejercido el poder, actuando con guantes de seda frente a los corruptos. No han sido capaces de hacer cumplir la ley. La impunidad y la complicidad han sido dos grandes aliados de quienes han hecho del Estado una piñata.
No se puede continuar con esta práctica de actuar frente a los bienes del Estado como si no tuvieran dolientes. Se está creando una cultura de lo mal hecho, sin sanción. De que la gente llegue a la administración para hacerse rico de la noche a la mañana; y si no lo hace lo califican de bobo y estúpido. Esta concepción inmoral, lamentablemente va echando raíces en el suelo dominicano.
Esto no puede continuar. Estamos sembrando tantos vientos que la tempestad nos arrasará a todos.
Nuestro pueblo es noble y bueno. No permitamos que por algunos malos dominicanos sigamos reprobando tantos exámenes que a nivel de la comunidad internacional prueban la decencia, la honradez y la honestidad.
Recordemos que los malos solo triunfan en aquellos espacios en donde los buenos se vuelven indiferentes. Comencemos desde el hogar a crear una cultura de respeto hacia lo ajeno, y más cuando de esos bienes depende el crecimiento integral de una nación.