Esta semana el mundo despide al último gran héroe del Siglo XX, Madiba para los miembros de su tribu, Nelson Mandela para la Universalidad. Inmenso en su carácter, su temple y su actitud hacia la reconciliación de los pueblos, su lucha fue la de garantizar la prosperidad a través de las acciones pacíficas y el establecimiento de un sistema democrático que respecte los Derechos Civiles e individuales de todos los ciudadanos.
Mandela fue un hombre extremadamente firme (terco) en su actitud hacia aquellas cosas que entendía injustas. De no haberlo sido, su encarcelamiento hubiese sido mucho más corto. Pero su tozudez no le impidió medir la importancia de sus acciones a la luz de lo que era fundamentalmente práctico y viable para su pueblo y el bienestar de su nación completa (negros y blancos). Para muchos estos “ajustes” y cambios de retórica y de acción lo hacían un ser contradictorio.
Es decir ¿cómo venerar a Marx y Lenin y al mismo tiempo aspirar al modelo de perfección democrática que él mismo veía en el Parlamento Inglés? Su lealtad y vocación hacia sus amigos sobrepasaba muchas veces la firmeza de sus convicciones y nos ayuda a interpretar su defensa de regímenes como el de Fidel Castro en Cuba o Muammar Gaddafi en la década de los 90, pues estos fueron de los pocos líderes que denunciaron el Apartheid durante sus años de encarcelamiento.
Este incansable luchador de la paz tuvo en su momento que aceptar la rebelión beligerante y de guerrilla en contra del gobierno Surafricano como la única “opción para contener la bestia”. Sin embargo supo utilizar su liderazgo y tiempo, tanto en cautiverio como fuera de este, para orquestar la transformación pacífica más relevante del Siglo XX y hacerlo muchas veces a contrapelo de lo que eran las creencias y aspiraciones inmediatas de sus seguidores. Pero como este decía, “a veces el líder se debe colocar delante de su rebaño…”.
Es un tanto irónico, y en nuestro caso preocupante, que nuestro país se encuentre actualmente inmerso en un debate que desafortunadamente ha degenerado en una lucha que pretende dividir la conciencia misma de la dominicanidad. Resulta difícil para nosotros comprender cómo un pueblo que actualmente tiene casi la mitad de sus ciudadanos y descendientes directos residiendo en algún país extranjero, y cuyos residentes persiguen de manera tan activa emigrar, esté manejando de una manera tan tropezada este tema.
Siempre hemos dicho, que uno de los problemas fundamentales de las debilidades institucionales es que se pretenda que sean los tribunales y el sistema judicial los que definan la operatividad de las políticas e instituciones públicas. La Sentencia del Tribunal Constitucional 168-13 abre una enorme fisura social, la cual lamentablemente por haberse originado en dicha jurisdicción se torna legalmente difícil de resolver.
Nadie puede negarle a nuestro país el derecho y la necesidad de aplicar controles migratorios más estrictos y consecuentes con una legítima política de defensa del interés nacional y la formalización del comercio, en especial con nuestros vecinos occidentales. El problema es que sin antes realizar esto, aplicar las “recomendaciones” de dicha sentencia parece no solo una medida tomada a destiempo, sino que puede interpretarse como abusiva y desproporcionada. Ahora le toca al Presidente y al Congreso promover un gran pacto nacional en torno al tema migratorio, que pueda ser constitucionalmente manejable (de esta parte los juristas podrán recomendar los mecanismos), antes que nuestro ejercicio diplomático se vea aun más comprometido frente a la incredulidad y negación de los demás países y organismos multilaterales, de los que somos signatarios, a aceptar lo que para ellos es una negación a todas luces de los derechos civiles, a ciudadanos que hasta septiembre eran por todos considerados Dominicanos…..
Autor: Fauntly Garrido