Julio Vasquez.

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jueves, 31 de diciembre de 2015

Fiesta de Año Nuevo, exceso desenfrenado

Rafael Baldayac
La fiesta de Año Nuevo es la celebración del inicio del año en función del calendario gregoriano,  por el que nos guiamos.  Con la expansión de la cultura occidental al resto del mundo el 1 de enero se ha convertido en una fecha de carácter universal, incluso en países con sus propias festividades como  China. 
    
Desde hace tiempo el Año Nuevo,  constituye uno de los principales festejos del planeta, y en muchos lugares suele iniciar desde la noche de hoy, la Nochevieja (víspera del Año Nuevo correspondiente al 31 de diciembre),  con los más grandes eventos de pirotecnia.
    
La alegría que hoy provoca el esperar el año nuevo con ruidos de cornetas, pitos, sirenas, fuegos artificiales, música estruendosa, disparos al aire, etc., es un exceso desenfrenado. No es otra cosa que la manera ahora más sofisticada de la costumbre que tenían los pueblos paganos de esperar su año nuevo.  
    
Nosotros le debemos a la Roma pagana la costumbre de observar el nuevo año el primer día del mes primero del año. Durante el primer siglo AC el emperador Romano Julio César, confeccionó un nuevo calendario, conocido como el calendario Juliano. 
    
Es decir que la festividad de Año Nuevo no es de origen reciente. Según revelan inscripciones antiguas, ya existía en Babilonia en el tercer milenio antes de nuestra era. La fiesta, que tenía lugar a mediados de marzo, era importantísima. “En ese momento, el dios Marduk decidía el destino del país para el año siguiente”, dice The World Book Encyclopedia. 
    
La fiesta babilónica del año nuevo duraba once días, en los que se hacían sacrificios, procesiones y ritos de la fertilidad. Durante algún tiempo, los romanos también consideraron que el año empezaba en marzo, hasta que, en 46 a.C., el emperador Julio César decretó que diera comienzo el 1 de enero, un día ya dedicado a Jano (el dios de los inicios) y que a partir de entonces también sería el primer día del calendario romano. 
    
Aunque cambió la fecha, se mantuvo el ambiente carnavalesco.  El 1 de enero la gente “se entregaba a excesos desenfrenados —así como a diversas supersticiones paganas”. Los ritos supersticiosos aún ocupan un lugar en las celebraciones de Año Nuevo. 
   
 Actualmente, con demasiada frecuencia, el día del año nuevo se toma como una excusa para beber en exceso y para perder los estándares morales. Es una de las épocas más peligrosas para conducir porque hay muchas personas ebrias que están conduciendo y cada año escuchamos advertencias acerca del peligro de aquellos que disparan al aire—un acto que con frecuencia cobra vidas humanas.
   
 Por todas estas razones, celebrar la fiesta pagana del año nuevo no le agrada a Dios. La Biblia aconseja a los cristianos que “[anden] decentemente, no en diversiones estrepitosas y borracheras” (Romanos 13:12-14; Gálatas 5:19-21; 1 Pedro 4:3).
    
Como, por lo general, los mismos excesos que condena la Biblia son los que caracterizan las celebraciones de Año Nuevo, los cristianos espirituales no participan en ellas. Eso no implica que seamos unos aguafiestas, como muchos piensan. 
    
Al contrario, sabemos que la Biblia manda a los adoradores del Dios verdadero en repetidas ocasiones, y por diversas razones, que se alegren (Deuteronomio 26:10, 11; Salmo 32:11; Proverbios 5:15-19; Eclesiastés 3:22; 11:9). Las Escrituras también reconocen que la comida y la bebida suelen estar relacionadas con el regocijo (Salmos 104:15; Eclesiastés 9:7a).
   
 Además, la Biblia aconseja a los verdaderos cristianos que sean moderados y que tengan autodominio (1Timoteo 3:2,11). Evidentemente, sería impropio que quien afirma seguir las enseñanzas de Cristo participe en una celebración caracterizada por el exceso desenfrenado.
    
Comprenderán que por más ruidosas que resulten las celebraciones de Año Nuevo, la Biblia nos enseña que ‘dejemos de tocar la cosa inmunda’ y que ‘nos limpiemos de toda contaminación de la carne y del espíritu’.  El ser cristianos no es una tarea sencilla, si realmente obedecemos a Dios tal y como Él nos lo manda. 
   
 La obediencia no es parcial o a medias, el requiere una obediencia total. Muchos decimos o pensamos que andamos según el Espíritu, pero nuestra manera de actuar y lo que hacemos enseñan que no es así, que en realidad andamos conforme a la carne. Gálatas 5:16,  Efesios 5:17  y Filipenses 2:12.
   
 Jehová da esta reconfortante garantía a los que le obedecen. De hecho, promete bendiciones y prosperidad eternas a los que le sean leales (Salmo 37:18, 28; Apocalipsis 21:3, 4, 7).
Rafael Baldayac