El amor de Dios es un misterio. No importa la gravedad de nuestras acciones, él toma la iniciativa y nos perdona. Es capaz de volver a caminar junto al malhechor pues mira el corazón, la imagen y semejanza que ha depositado en su criatura. Suele ser misericordioso en todo momento, en cualquier circunstancia. Es decir, en Dios no hay enojo que pueda impedir que una criatura necesitada se acerque a su presencia amorosa. Su esencia es la caridad, la ternura, la bondad y la esperanza. En sus brazos siempre encontremos consuelo y paz.
El Hijo de Dios vuelve a nacer, a formar parte de nuestras vidas; no como un hecho repetitivo sino como la novedad de un Padre que comprende las realidades más ocultas de los seres humanos. Este Hijo, se hace pequeño, frágil, sencillo y sobre todo humano. Sin violentar el orden establecido, se hace uno al igual que nosotros.
Y este es el gesto más extraordinario que puede haber recibido la historia de parte de un Ser infinito, acoger en nuestra tierra al Mesías, a Jesús de Nazaret.
Con su nacimiento, la esperanza renace. Nuestra memoria despierta y nos hacemos consciente de lo valioso que somos para Dios. Quizás la rutina, los problemas de la vida, las heridas interiores y los miedos que como humanos nos atormentan, provocan que olvidemos e ignoremos este hecho de solidaridad que tuvo Dios al entregarnos a su Hijo.
Porque la mirada de Dios es universal, no tiene privilegio al momento de llenarnos con su luz y con su resplandor celestial. Se entrega sin reserva, cambia nuestro panorama y transforma las preocupaciones más íntimas que dañan nuestras vidas.
La oscuridad del pecado confunde nuestro caminar, nos roba la paz verdadera, desvía nuestras metas y mata nuestras ilusiones de ser mejores seres humanos. Pero el salvador llega y con su presencia nos llena de gozo, nos devuelve el asombro, la chisma existencial. Es capaz de recordarnos lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Y debemos tener presente que mientras el dolor, la tristeza y el agobio de cada día, perturben nuestros deseos de ser distintos al común de las personas, El no dejará de nacer, de llevar sobre si nuestras más complejas situaciones humanas. Porque es fiel y nunca abandona a sus hijos.
Contempla la gratuidad de Dios. Observa la grandiosa oportunidad que recibimos del Creador al permitirnos profundizar en la sublime experiencia del nacimiento de Jesucristo. Saca un espacio breve en el trajín cotidiano del día a día, y atrévete a entrar en las razones más profundas por las cuales Dios nos regala su más adorado tesoro, a Cristo. Pregúntate por qué a pesar de nuestras malas acciones, Dios continúa mostrándose compasivo y bondadoso con la humanidad. Detente ahora, porque el tiempo nos está quitando la felicidad, se lleva sigilosamente la dulzura de vivir, el anhelo de alegrarse por las pequeñas cosas que nos suceden a diario.
jueves, 3 de diciembre de 2015
Nacimiento que nos traerá esperanza
9:32 a. m.
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