Desde la canonización de San Pio X, acontecida el 3 de septiembre de 1954, por Pio XII, la iglesia universal, que peregrina en los cinco continentes de la tierra, no vivía un acontecimiento como el que hemos vivido, el pasado 27 de abril: Dos Pontífices Santos, elevado a los altares. Dos papas, uno emérito, y el otro en pleno ejercicio de su ministerio petrino. Dios nos ha bendecido con la canonización de San Juan XXIII y San Juan Pablo II, para que valoremos, desde la fe, nuestro paso por este mundo terrenal, sabiendo que nuestra vida apunta a la Jerusalén de Arriba, y no aquí abajo, donde se siente la brisa fresca de Dios, pero también, los humos negros del pecado y la desidia.
Juan XXIII, el papa bueno y de la paz, italiano. Inició su pontificado en el año 1958, concluyendo en el 1963, cuando el Padre de los cielos, lo invita a la Patria Celestial. Su gran aporte, entre otros, fue el hecho de convocar el Vaticano II. La iglesia necesitaba dar un nuevo giro en el modo de conducir y orientación al pueblo de Dios. No es adaptar el Evangelio a los tiempos actuales, sino más bien buscar el modo de que el Evangelio llegue al corazón del hombre.
Juan Pablo II, de Polonia, inició su ministerio petrino, el 22 de octubre de 1978-2005. Fue el primer papa no italiano en mucho tiempo. Entendió como una luz del Espíritu Santo, que no era suficiente que el vicario de Cristo se digiera a la iglesia universal desde el Vaticano, sino que hacía falta una mayor cercanía física. Prefirió el contacto con la gente, por eso viajó a diferentes países a predicar el mensaje de la gracia y de la salvación.
El papa Francisco, recibió la formación sacerdotal bajo el pontificado de Juan XXIII y Paolo VI, ingresó a la Compañía de Jesús, en el año 1957 (21 años de edad), y se ordena sacerdote el 13 de diciembre de 1969 (33 años de edad). Juan Pablo II, lo llama a formar parte del Colegio de los Apóstoles, nombrándolo obispo auxiliar (1992), luego arzobispo (1998) y cardenal (2001) de Buenos Aires, Argentina.
En su homilía, el papa Francisco, decía:
“Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos”.
Con estas dos palabras, el Romano Pontífice, intenta, sintetizar las figuras de los dos Pontífices Santos. El primero, guiado por el Espíritu, cooperó en la RESTAURACION de la iglesia; y el segundo, en la ACTUALIZACION. Uno esboza las orientaciones y directrices; el otro ejecuta, según lo sugerido por el Espíritu Santo.
Y continúa diciendo:
“No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado del Espíritu. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso a mí me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu Santo. En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia”.
Aprendamos hoy esta gran lección: ser dóciles al Espíritu Santo, para hacer la voluntad de Dios, escuchando su voz constantemente; y, al mismo tiempo hemos de cuidar y proteger a la familia, patrimonio universal de la humanidad. Pidamos que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia.
Felipe de Js. Colón