Julio Vasquez.

Radio Renacer

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lunes, 29 de abril de 2013

Un monseñor que se mueve entre los misterios de Dios y de los hombres

Estudiar los argumentos de las partes encontradas en un juicio y poner a sonar el mallete con una sentencia justa por la paz social era lo que pretendía hacer Agripino Núñez Collado, si en su casa no lo hubiesen mandado a cortar plátanos en la finca de Baitoa.

La señora que cuidaba la finca y que le despertó la vocación por el sacerdocio observó que el joven, de apenas 15 años y con la visible nobleza de los muchachos del “campo”, podía hacer algo más que abogado o juez si se hacía sacerdote y se dedicaba a orar muy cerca de Dios para que se acaben los males del país y reine la armonía entre la gente.

Pero este joven, que no sabía nada de la vida, con la luz de su inteligencia pudo ver mucho antes de que se escribieran canciones y se elevaran cartelones con la expresión “No basta rezar”, que realmente había que hacer algo más, tanto fuera como dentro de la iglesia, por el bienestar social.

Fue así como guiado por el mensaje de San Agustín, de que mediante el “Ora y labora” se tenía una mejor vida, decidió desde muy temprano cumplir con el mandamiento nuevo de Jesús: “Amar al prójimo como a ti mismo”, haciendo obras de bien al relacionarse con la comunidad externa a la Iglesia.

Es por ello que desde que estaba en el seminario Santo Tomás de Aquino estudiando teología jugaba softball y béisbol en segunda base; competía sanamente con sus compañeros y que “gane el mejor”; leía decenas de libros de diferentes aspectos de la humanidad y estaba pendiente de todo lo que pasaba en su país.

Lo que nunca imaginó en el 1948 cuando ingresó al seminario fue que en el mismo lugar donde se formó como diocesano, mientras hacía deportes y se disciplinaba en su formación sacerdotal, realizaría un gran proyecto social que sería ejemplo de eficiencia y calidad en el área educativa.

Es justamente en el recinto que hoy ocupa la Universidad Católica de Madre y Maestra (PUCMM) en la avenida Abraham Lincoln esquina Bolívar, de Santo Domingo, donde dio muchos batazos que lo hicieron sentir capaz de ganar batallas y lograr objetivos con el esfuerzo humano, desde donde trata de levantar a la sociedad joven que no sabe para dónde va.

Allí le dio la mano al generalísimo Rafael Leónidas Trujillo y a su hermano Héctor Bienvenido Trujillo, que entonces fungía como Presidente, y desde ese mismo campus es que visualiza hoy los grandes cambios que ha sufrido el país a raíz de los 50 años posteriores a la dictadura.

Transformación del país Al preguntarle ¿Cómo ve a la sociedad dominicana en comparación con los años que vivió en su juventud, me dijo: “En varios aspectos han habido muchos cambios, principalmente en la educación, porque hay más estudiantes, más universidades, tecnologías y oportunidades, pero también en los valores, aunque lamentablemente éstos han ido en decadencia”.

“En 1962 cuando nació la PUCMM, que fue la primera universidad privada y la segunda luego de la Autónoma, que en ese momento era la Universidad de Santo Domingo, había 3 mil estudiantes.

Pensamos que hoy hay 47 instituciones de estudios superiores con aproximadamente 400 mil estudiantes con datos cuantitativos y cualitativos”.

Sobre el aspecto de los valores comenta que penosamente los cambios han sido negativos porque el concepto de familia que había antes no se ve. Las parejas no lo piensan dos veces para separarse, las madres crían solas a sus hijos y lo peor aún es que hay muchos muchachos que “no tienen familia”, o sea, progenitores responsables de sus obras.

En otro orden, dice que el país es muy diferente al de ayer. “Aquí hay dos sociedades: una desarrollada y otra no. Los extranjeros visitan la primera y se llevan la mejor impresión al ver tantos vehículos de lujo y grandes torres y centros comerciales, y es por ello que invierten aquí”.

“La otra cara, la de la pobreza y falta de oportunidades, se oculta. Lo que tiene que hacer la sociedad desarrollada que ha tenido el privilegio de serlo es contribuir, junto al Gobierno, para ayudar a subir a los demás en el tren de la modernidad y la vida agradable porque a fin de cuentas Dios no hizo a nadie para sufrir, sino para ser feliz y disfrutar de todo lo que existe”, precisó.

Para Agripino Núñez, lo que ha ocurrido en Brasil y Chile demuestra que los pobres no están condenados a ser siempre pobres y pueden incorporarse a disfrutar de los bienes que Dios ha puesto para todos.También está el caso de Taiwán, con una población tres veces mayor que la dominicana y es muy desarrollada gracias a su talento, igual que Japón.

Este consagrado sacerdote que ha conocido muy de cerca las luchas sociales más intensas y justas que ha tenido el país, se lamenta hoy de que los reclamos por los derechos naturales se realicen con actos de delincuencia, rebeldías y amarguras que desencadenan en asesinatos directos.

“Este es un ingrediente adicional que antes no tenían las luchas populares. La droga también es un ente de disturbios en todos los ámbitos. Enseñan al muchacho a consumirla y luego a venderla y a matar y a robar para poder adquirirla. ¡Eso no es posible! y algún día tendrá que detenerse aunque ahora mismo todo parezca incontrolable”, indicó.

Wendy Santana
Santo Domingo