Julio Vasquez.

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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Liderazgo político, violencia y delincuencia


Escrito por: RAFAEL ACEVEDO
Cuando se habla de “pérdida de valores”, no se considera la posibilidad de que probablemente nunca hayamos tenido tales valores en la magnitud y consistencia que mucha gente parece imaginar. Durante la tiranía de Trujillo, gran parte de la buena conducta y la moral de entonces tenía mucho de temor al régimen y al “qué dirán” provinciano y clase media. Pero los valores comunes (no sólo semejantes) no existen en una sociedad sin proyecto nacional.

Existen valores familiares y personales, en tanto familias e individuos tienen metas de participación socio-económica o de salvar sus almas. Cuando los supuestos o reales valores de una sociedad no resuelven problemas, el cascarón ético-moral puede sobrevivir sólo por algún tiempo. El derrumbe de normas y valores se conoce como “estado anómico”, caracterizado por formas de violencia y delitos de tipo egoísta. La anomia es atomística y pone a prueba la unidad entre hermanos y cónyuges.

También puede producir revoluciones cuando ideas y liderazgos aglutinan y guían la colectividad. La violencia del revolucionario tiende a ser de tipo altruista, en nombre de la justicia social, ideales patrios o clasistas. Cuando una situación anómica no visualiza soluciones ni salidas, se tiende a conductas atomísticas y egoístas. También ocurren con frecuencia suicidios. Los suicidios (Durkheim) son egoístas, por motivos personales, o altruistas, como el caso de héroes y mártires. Caso algo distinto, es el suicidio y la violencia de los extremistas musulmanes, que se sacrifican por el ideal patrio o religioso a cambio de una meta egoísta de placer en la otra vida.

Nuestra violencia en R.D. es una de la peor clase. Proviene de un “proceso frustrado y acumulativo de disolución social”, que no culmina porque vivimos en una media isla rodeada de tiburones por tres partes, y de doce millones de haitianos, por la otra.

La cuota de responsabilidad y causalidad atribuible al liderazgo político es mayor en el caso de gobernantes y funcionarios que han hecho carrera con demagogias y falacias. La burla y el desdén de los ricos tal vez sea algo a lo que las masas estén acostumbradas durante milenios. Pero el desdén y burla de sus propios mentores y fementidos líderes populares, es la más sangrienta de todas.

Los que desde el poder desparraman, deben preguntarse, primero, cuál es la cuota de este desastre moral, de corrupción y desorden de la que son responsables. Las otras causas pueden ser comunes a otros países y producto la situación mundial. Pero hay una virulencia particular, profunda, en la frustración de nuestras masas y de nuestros jóvenes, que consiste precisamente en sentirse burlados por sus propios modelos, ídolos y líderes. Las soluciones son asunto de todos, pero serán más expeditas y menos traumáticas si las motorizan quienes tienen posiciones de preeminencia y mayores responsabilidades.