No matarás. Este mandato divino se ha convertido en letra de muerta para algunos dominicanos que han hecho del crimen un estilo de vida. Matar a un ser humano es transgredir todos los preceptos que nos permiten vivir en sociedad y hacerlo por encargo, buscando conseguir dinero por esa acción diabólica, es la expresión más aberrante de hasta dónde llega la barbarie, y esta realidad la estamos sufriendo en nuestro país con el nuevo fenómeno del sicariato.
En los últimos meses hemos presenciado hechos abominables relacionados con esta nueva modalidad del crimen organizado. Incluso ya se habla de la industria del sicariato. ¿Hasta dónde llegaremos despreciando el plan de Dios que nos creó para que fuéramos felices?
El sicariato trastorna la vida en comunidad. Este engendro del mal cuestiona profundamente nuestro sistema jurídico y es una interpretación desafiante al Estado que está llamado a brindar protección a la ciudadanía. Pero también es un grito de alerta a la comunidad nacional que debe preguntarse por qué hemos llegado a estos niveles de criminalidad. También, debe inquietarnos el motivo por el que nos afanamos hasta el extremo de acumular riquezas de la forma que sea.
Es que hemos sembrado tantos vientos cargados de impunidad y complicidad con lo mal hecho, comenzando con la clase política, que hoy nos azota una tempestad de irrespeto que amenaza con destruirlo todo.
El descuido en la formación de nuestros jóvenes, alimentando en ellos el hambre de tener sepultando el ser; el constante bombardeo de llevar una vida fácil y sin compromiso y echar a un lado los valores que dan sentido a nuestra existencia, nos está llevando a esta realidad de ver tantos hombres sin almas (pero armados) como si fueran a la guerra, sembrando el caos y la tragedia. Detengamos este festival de muerte, antes que sea demasiado tarde.