Eduardo Galeano es uno de mis escritores favoritos; caí presa de su hechizo a comienzos de los setenta del pasado siglo XX, cuando publicó Las venas abiertas de América Latina. Me cautivó aquel párrafo que dice: “En Las venas, el pasado aparece siempre convocado por el presente, como memoria viva del tiempo nuestro.
Este libro es una búsqueda de claves de la historia pasada que contribuye a explicar el tiempo presente, que también hace historia, a partir de la base de que la primera condición para cambiar la realidad consiste en conocerla”. He querido compartir algunos fragmentos de su obra Patas Arriba, La Escuela del Mundo al Revés.
En ella apunta Galeano: “El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian a la naturaleza: la injusticia, dicen, es ley natural… En América Latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. Sobrevivientes: en América Latina mueren cien niños, cada hora, por hambre o enfermedad curable, pero hay cada vez más niños pobres en las calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza. Niños son, en su mayoría, los pobres; y pobres son, en su mayoría, los niños… En algunas playas del mar Caribe, la próspera industria del turismo sexual ofrece niñas vírgenes a quien pueda pagarlas. Cada año aumenta la cantidad de niñas arrojadas al mercado de consumo: según las estimaciones de los organismos internacionales, por lo menos un millón de niñas se incorporan, cada año, a la oferta mundial de cuerpos. La expulsión de los niños pobres por el sistema educativo se conoce bajo el nombre de deserción escolar”. Refiriéndose a la delincuencia común, narra Eduardo en su inconfundible estilo satírico:
“El delito se ha democratizado, y ya está al alcance de cualquiera: lo ejercen muchos, lo padecen todos. Tamaño peligro constituye la fuente más fecunda de inspiración para los políticos y los periodistas que, a grito pelado, exigen mano dura y pena de muerte; y también ayuda al éxito civil de algunos jefes militares”. Hay miedo global asevera el intelectual uruguayo: “Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo. Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida. La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir. Miedo a los ladrones, miedo a la policía. Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue, y a lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir”.
A propósito del miedo, Juan Bosch a su regreso del exilio en octubre de 1961, arengaba: “Estamos a tiempo todavía, y lo digo para el pueblo dominicano, y lo digo para los gobernantes dominicanos, de emprender una cruzada de corazón limpio, y brazo fuerte para matar el miedo en este país…”. Desde mi humilde posición de ciudadano del mundo, hay algo a lo que siempre me he negado rotundamente, morir de miedo.