Julio Vasquez.

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lunes, 10 de junio de 2013

Paraguay: el obispo de Ciudad del Este denuncia el silencio sistemático de la existencia del infierno

El Obispo de Ciudad del Este (Paraguay), Mons. Rogelio Livieres, escribió hace unos días que «hablar del infierno es un acto de caridad», de amor hacia los hombres, ya que en el mundo de hoy la existencia del infierno es algo que se silencia sistemáticamente. En un post de su blog «Firmes en la fe» publicado el 6 de junio, el Prelado señala que «existe un tema que debe interpelarnos fuertemente, tanto a los consagrados como a los laicos, y es el silenciamiento sistemático de una verdad fundamental de nuestra fe: la existencia del infierno».

 
(Aci/InfoCatólica) Mons Livieres advierte que «no podemos justificar nuestro silencio sobre este tema tan importante diciendo que es una verdad por todos aceptada o recurriendo a lo absurdo: ‘el infierno espanta a la gente, por eso, es mejor no hablar de él’. No podemos separar la misericordia de Dios de su inexorable justicia, porque sería engañarle al pueblo que nos fuera confiado por Nuestro Señor, y al mismo tiempo, estaríamos negando en la práctica esta verdad de fe por medio del constante y sistemático silenciamiento».
El Prelado asegura luego que «es un imperativo moral hablar sobre este tema, no para asustar y obligar a las personas a tener temor de Dios, sino porque su omisión consiste en cierto modo en una falta de caridad hacia los hombres. No decir la verdad, en este punto, es no amar a los hombres. En positivo, hablar del infierno es un acto de amor hacia los hombres».
El Obispo explica que hacer esto obedece a dos razones: la primera es recordar que sí existe la posibilidad de la condenación eterna, como señala el Catecismo de la Iglesia y el mismo Jesús; y el segundo es que la predicación alimenta la fe del pueblo.
Mons. Livieres recuerda además que el sacerdote es el encargado de esta predicación y que debe creer en aquello que predica, «de lo contrario terminará creando un pueblo ignorante con un desenlace final nefasto en el peor de los casos, y esta consecuencia será compartida en primer grado por el sacerdote que estuvo encargado de alimentar la fe de ese determinado pueblo».