Julio Vasquez.

Radio Renacer

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viernes, 7 de junio de 2013

La soberbia, es un amor desordenado del hombre

La soberbia es un pecado capital, es la reina de los vicios (San Gregorio Magno, Moralia 31). San Agustín, nos dice que: “la grandeza pervertida, consiste en hacerse uno en cierta manera principio para sí y serlo. Esto sucede cuando el espíritu se agrada a sí mismo, cuando declina el bien inmutable que debe agradarle más” (Ciudad de Dios, 14,13).

Según Maximiliano Calvo, la soberbia: “es siempre un amor desordenado del hombre por sí mismo, que le lleva a verse y estimarse como el principio y el fin de todo. Olvidándose que Dios es el dador de todos los bienes, el hombre se los atribuye a sí mismo, se considera a sí mismo como la meta de todos los trabajos y se atribuye toda honra en vez de trabajar para Dios o dar la gloria a Dios” (Rutas de alto riesgo, p. 33-34).

No podemos negar que todo hombre esconde en alguna esquina de su alma un desmedido amor propio, o el hombre se deja llevar de su naturaleza pecadora, o lo hace frente para no dejarse dominar por ellas.

La soberbia es odiosa al Señor y a los hombres (Si 10,7). Casiano, dijo en laguna ocasión: “No existe ninguna otra pasión como la soberbia, capaz de aniquilar las virtudes y despojar al hombre de toda justicia y santidad”.

Es que ese modo de proceder errático del soberbio lo lleva a pensar que esta por encima de los demás, se siente superior a todo lo que le rodea, le impide ver sus pecados personales, porque cree que esta por encima del bien y del mal, pero precisamente, esa ceguera espiritual en la que caen los soberbios les incapacita para detectar donde esta el bien y donde esta el mal. Es tan fuerte esta actitud alimentada con la presunción, la vanagloria y la arrogancia, que fácilmente huye de la verdad objetiva, prefiere vivir en su mundo irreal y de tinieblas. El soberbio labra su propia ruina, así nos dice el libro de los proverbios: “la arrogancia precede a la ruina, el espíritu altivo a la caída” (16, 18).

Como no admite verdades, pues se considera el centro del universo, cuando se trata de asumir posturas, piensa que las suyas son firmes e inalterables, mientras los demás le advierten de tu actitud equivocada, el entiende que el otro quien debe cambiar su postura, pues el no puede equivocarse.

El santo Cura de Ars (San Juan María Vianney), expresaba: “Lo más terrible de ese pecado es que, cuanto más domina al hombre, menos culpable se cree este del mismo”. Todo cuanto hace y dice, esta bien hecho y bien dicho.

Hemos de concluir que las verdaderas relaciones humanas no se construyen sin un amor auténtico, que se define por la entrega, la comprensión, la apertura y la acogida. El soberbio excluye, el humilde acoge; el soberbio, aplasta y destruye a los demás, el humilde, edifica; el soberbio humilla, el humilde comprende y escucha; el soberbio se busca a sí mismo, el humilde, todo lo que tiene, entiende es don de Dios; el soberbio busca ser alabado y gloriarse de sí mismo, el humilde da gloria a Dios, por las metas alcanzadas.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido, dice el Señor. Sócrates, nos va a recordar: “El orgullo divide a los hombres, la humildad los une”. Sobre el don de la humildad se fundan todas las demás virtudes, y quien carece de humildad, no puede vivir cristianamente.

Felipe de Js. Colón