Desde tiempos remotos, esa pregunta se les hace a psicólogos, psiquiatras, a líderes religiosos y a consejeros matrimoniales. Debido a ello, hasta filósofos de renombre han discurrido sobre el tema. Pero ¿por qué el posible amor y el verdadero se ve envuelto cual tortuga en su duro caparazón por tormentos y desasosiegos capaces de llevarnos al cercado de la contrarrazón y a veces a la misma locura? ¿Qué extraños sentimientos o calamidades afectivas afloran en un hombre hasta el punto de creer que no conoce a la mujer que dice amar y de ahí su crónica intranquilidad si el cuerpo y el pensamiento de ella no están al alcance de su vista?
Aprovecho para recrear el tema de los celos entre las parejas para decir a mis lectores qué pienso acerca de este asunto, cuál es el perfil emocional de los hombres celosos y contarles algunas de las ideas referenciales de otros autores sobre el mismo tema. Comienzo diciendo que de la misma manera que un hombre asesina a otro por envidia y resentimiento sin que su víctima albergue culpa alguna, de igual manera el celoso mata al ser objeto de sus celos pero con la agravante de que quien mata por celos lo hace con un mayor nivel de ira, de amargura, dolor emocional y de inseguridad. La palabra “celoso” viene del griego “zelos”, y significa “desear ardientemente”, “hacer gran esfuerzo en conservar algo propio”.
Con un significado así, es lógico pensar que se aplica al amor, aunque si usted lo lleva al plano psicológico entonces significa “posesión”. Por esa razón es que los celos los definimos como expresión manifiesta de creencia injustificada extrema de que la posesión o propiedad de nuestro objeto pudiera convertirse en propiedad de otra persona.
El hombre celoso confunde enamoramiento de una mujer con la adquisición mediante compra documentada de un objeto como un apartamento, una yipeta o una finca. En su enfermiza imaginación, concibe que su enamoramiento significa que una autoridad competente le entregó un documento donde se establece que “ésa” mujer es de su propiedad. Y como es de su exclusiva propiedad él decidió con ese objeto que es suyo retenerlo a su lado mientras él viva, ¡y cuidado si aun más allá! Observe el lector, que para el celoso, a diferencia de quien compra una casa o un solar, ni remotamente existe la posibilidad de que esa casa o ese solar pase a otro dueño por causa de una venta o por herencia a nadie.
Hombres y mujeres celosos son personas emocionalmente negativas y como tales viven en un mundo de suspicacia, de acusaciones, de angustia permanente, de llanto real y emocional, de miedo, de desconfianza. Se vuelve casi siempre un adicto a la rabia, al alcohol, a lo irracional. Se deprime porque vive convencido que nadie lo quiere, ni siquiera sus hijos. Y a menudo al concluir que como el único objeto de su amor, la mujer que él supone suya como cualquier propiedad comprada bajo documentación no lo ama y que “ella desea ser propiedad de otro y no de él”, pues no tiene ningún sentido continuar la vida.
Esos pensamientos negativos lo llevan al suicidio. Pero como nadie va a quedarse con lo suyo, pues toma la decisión de asesinar esa propiedad suya, la mujer, y luego se aniquila él. Recuerde que en su patología relacional, el celoso de veras cree que “el objeto de su propiedad”, una mujer, debe estar donde quiera que él esté; y como él decidió desaparecer de este mundo, lo natural es que lleve consigo la “propiedad” que “otros” querían arrebatarle. ¿Pero siempre el amor es posesivo? ¿Es que acaso todos debemos ver a mujer que amamos como una propiedad?
El filósofo, Jean-Paul Sartre, decía “es imposible sentir amor no posesivo porque el amor siempre busca cautivar la conciencia del otro”. El problema fundamental del celoso es que de verdad pretende adueñarse de la libertad ajena. A él no lo satisface que su compañera, vecinos y familiares le den testimonio sobre la acrisolada fidelidad de su mujer. La mujer que piensa que si ella demuestra con su sometimiento total a su marido que él dejará de celarla, se equivoca. El celo es una psicopatía que no mejora ni se cura.
Hace tal vez 15 años tuve un paciente que le hacía jurar a su mujer todos los días, desde el día siguiente de su boda, que ella lo amaría toda la vida, que jamás se fijaría en otro hombre fuera de él. Cuando tuve que internarlo por una neumonía grave, tan pronto le dije que estaría en la clínica tres a cuatro días, esperó la noche y se fugó bajo un torrencial aguacero a pie, porque en 22 años de casado su mujer jamás había estado fuera de su mirada 10 minutos. Murió horas después de llegar a la casa. Es que el celoso vive un estado de inquietud interminable. ¿Recuerda el lector el caso narrado por Marcel Proust, el afamado novelista francés que escribió en 14 tomos la larguísima novela “En busca del tiempo perdido”? Dice Marcel, el protagonista celoso, que solo tenía sosiego cuando Albertina permanecía dormida pero aun así, él la vigilaba.
Por Pedro Mendoza.