Si alguien me pidiera una definición del amor conyugal, diría que es la capacidad que tiene la pareja de dar solución satisfactoria a cuantos conflictos y desarmonías que se le presenten sin tomar en cuenta si vive en concubinato o casada legalmente.
Aunque modernamente es muy grande la población que cree que da lo mismo vivir en pareja sin un contrato matrimonial de por medio que formar un hogar bajo el amparo de la ley, lo cierto es que médicos, psicólogos y las confesiones cristianas, insistimos en que la formalidad matrimonial es básica para reducir los riesgos de fracaso de la familia.
Por supuesto, no estoy insinuando que parejas que por decenas de años han vivido simplemente como marido y mujer sin más requisito que se aman desde la adolescencia y han criado a sus hijos sin traumas y tendencias peligrosas, se arriesgaron a formar una familia sin apego solo por el hecho de que no firmaran un contrato matrimonial.
Es más, esto refuerza la evidencia, que aquellas parejas cuya filosofía y actitudes están dirigidas a engrandecer y fortalecer el amor conyugal, pueden buscar soluciones muy gratas y provechosas a los conflictos que puedan presentárseles no importa que vivan en amancebamiento o que estén bajo el amparo de una acta matrimonial.
Cuando predomina la acritud y no el amor bilateral, la suspicacia y no la confianza, el caos familiar y no el sentido de responsabilidad y respeto mutuo entre los cónyuges, de inmediato asoma la fea cara de la desavenencia marital, pues la piedra de toque en sentido negativo que precipita la tragedia de la familia con sus penosas consecuencias queda afilada para actuar contra todas las herramientas de que dispone la pareja para defender la unidad hogareña.
Freud dijo que los seres humanos somos máquinas accionadas por fuerzas internas y externas por lo que para mantener un funcionamiento normal era necesario que estas fuerzas sean interdependientes y recíprocas.
Si uno de los miembros que forman la pareja conyugal cree que el otro debe limitarse a obedecer y a callar cuando surgen situaciones que lo perjudican o que perjudica la relación, entonces está asumiendo que el compañero quedó libre de aquéllas fuerzas internas y externas, de las que habló el hombre cuyo principal aporte a la humana fue descubrir el inconsciente además de aquéllas fuerzas.
Si la pareja es incapaz de reconocer que sus miembros son diferentes entre sí, porque están sometidos a la influencia de ambas familias de origen y del ambiente social y de los avatares de la vida en común que llevan, la probabilidad de que naufrague como familia es bastante alta.
A continuación examinemos uno de los factores que frecuentemente acarrean disgustos en las parejas cuyo resultado es la violencia emocional, verbal o física que ejerce el marido contra su compañera. Imagine un hombre holgazán, pasivo y dependiente que decide casarse o “mudar” una mujer.
Aquí, de inmediato surgen los problemas porque desde épocas inmemoriales es el hombre el responsable de proveer los recursos económicos que necesita esa pareja ahora y luego de que nazcan los hijos. Pero para nadie es un secreto que entre las emociones de los manganzones y perdedores hay dos de las cuales carece: la voluntad y el sentimiento de vergüenza.
Por eso supone que la mujer que sedujo no necesita la garantía de que él le dará comida, vestuario, vivienda y alguna forma de diversión aunque sea barata.
En vez de enardecer los ánimos y poner a prueba su voluntad y capacidades para cumplir con sus obligaciones de marido, prefiere visitar un amigo con la deliberada intención de que le brinden un trago, meterse en un billar, mandar a la mujer a coger dinero prestado o fiao, y en un alarde de desfachatez, le propone a ella que vayan a vivir con sus padres.
Cuando la mujer reclama al truchimán que cumpla sus obligaciones de proveedor a éste lo único que se le ocurre es alegar que no va a robar. Si ella insiste en su reclamo, entonces el desvergonzado primero la insulta y luego muy probablemente la golpee.
Por eso, a cualquier mujer que un hombre le propone irse a vivir juntos, su primera precaución consiste en preguntarle de qué vive, dónde trabaja, cuánto gana y por qué lo dejó la última mujer que tuvo.
Pedro Mendoza.