La sorpresiva renuncia de su santidad Benedicto XVI del trono de la iglesia con asiento en Roma, ha sido una sorpresa, no solo para el pueblo católico, es para toda la humanidad, sin importar el credo debido a la posición que ocupa y el papel que juega en el equilibrio del planeta, pero más sorpresivo aún cuando su dimisión se produce en el año de la fe que él mismo proclamó y que tanto entusiasmo a generado en la feligresía católica la cual promueve día a día el año de la fe en grandes cartelones, en capillas, parroquias, catedrales.
Sin especular, sin duda, la iglesia debe convocar a la oración, orientar y evangelizar más y mejor en busca de unir, fortalecer y atraer más a sus fieles, a aquellos que sus propios hermanos sin querer han separado de su fe, debe la iglesia orar mucho al Espíritu Santo para que sea través de su poder que se haga la nueva elección y no por influencia de poderes religiosos, políticos y económicos.
Ahora más que nunca la iglesia y el mundo necesitan una cabeza espiritual con la capacidad, santidad y vocación necesaria para enfrentar la situación de los nuevos tiempos, y que pueda adecuar el evangelio a tales circunstancias, pues la humanidad sin lugar a dudas vive los tiempos más difíciles de su historia.
René Burgos
El autor es abogado