Juan Salazar
Nueva York
Don Ramón Taveras no puede controlar sus emociones cuando recuerda sus primeros años en Estados Unidos. “Fue un tiempo muy duro y pasé mucho trabajo antes de poder estabilizarme”, dice con la voz entrecortada detrás del mostrador en su bodega ubicada en la avenida San Nícolas con 193, en Manhattan.
Su minimarket “Taveras Family” se llena de dominicanos en las primeras horas de la mañana, especialmente estudiantes que procuran desayunar antes de partir a sus centros de enseñansa.
“Llegué aquí solo y no tenía a nadie, pero en los últimos ocho años la vida me ha cambiado, ha sido diferente”, expresa con satisfacción este dominicano que ha trabajado como bodeguero, taxista, vendedor ambulante y que llegó incluso a palear nieve.
Con 26 años en Estados Unidos, don Ramón tiene a nueve de sus 11 hijos en esta nación donde “encontrarán las oportunidades que no existen en República Dominicana”, cuenta mientras uno de sus empleados se mueve al ritmo de la bachata que no cesa de sonar en su negocio. Él está convencido de que es un vivo ejemplo de esa realidad, pues ganaba 100 dólares semanal en su primer trabajo y ahora tiene un negocio propio donde laboran cinco empleados, todos dominicanos, y algunos familiares cercanos.
Como don Ramón, otros dominicanos sienten que la principal ventaja de residir en Estados Unidos son las oportunidades de trabajar y de que sus hijos estudien sin sobresaltos.
“Uno viene de Santo Domingo sin nada y usted trabajando aquí puede alcanzar metas que en su país no lograría”, expresa Pedro Acevedo, de 50 años y con 18 residiendo en Estados Unidos, de los cuales pasó 13 trabajando en una factoría, hasta que logró una licencia para instalar un negocio donde vende carteras, accesorios y otros artículos en la popular avenida neoyorkina.
“Los presidentes que hemos tenido no han hecho nada por el país, hay que trabajar y no que un grupito se robe lo que produce el país”, agrega Acevedo, quien dice que le gustaría regresar y establecerse en su natal Esperanza, en la provincia Valverde, pero se siente atemorizado por los reportes sobre el auge de la delincuencia en República Dominicana.
Ambiente criollo
A lo largo de la avenida San Nicolas se puede oler y palpar el sentir dominicano en cada bloque (cuadra), especialmente en el tramo desde la 181 hasta la 193, bautizada como Bulevar Juan Pablo Duarte, donde la mayoría de los negocios pertenecen a dominicanos y otros latinoamericanos. Allí se pueden encontrar hasta los tradicionales vendedores de yaniqueques, habichuelas con dulce y frío frío.
José Paulino, de 72 años y con 23 residiendo en Estados Unidos, considera que aunque la situación ha empeorado para los dominicanos en la ciudad que “nunca duerme”, siempre hay oportunidades de avanzar y desarrollarse para quien quiere trabajar. “El que viene a Estados Unidos a trabajar tiene muchas cosas buenas a su favor, si hoy yo estoy aquí y he logrado que mis hijos sean profesionales se lo debo a Estados Unidos a través de mi trabajo”, precisó.
Paulino lamenta que todavía un guardia, un policía y otros empleados públicos devenguen sueldos de miseria en República Dominicana, pero asegura que idéntica situación padecen aquí miles de dominicanos que no dominan el inglés o por su estatus migratorio.
“Yo hago 77 horas por 50 dólares, aquí no se ve sueldo mínimo ni horas extras, yo tengo que aguantar agua, sol y sereno, pero el dueño de este negocio no se somete a pagar el salario mínimo”, dijo un dominicano que todo el tiempo insistió en que no se le identificara, porque el dueño de la licencia del ne gocio donde labora es “muy jodón” y no quiere perder su empleo.
Los dominicanos con negocios sin licencia en la San Nícolas operan con el temor de ser desalojados por la Policía de Nueva York. Uno de ellos es Pedro Rosario, un vendedor de frío frío oriundo de Tenares, en San Francisco de Macorís.
“La Policía no me deja tranquilo, pagué 50 dólares para solicitar el permiso, pero no pasé”, precisa Rosario, quien antes trabajó como carnicero, pintor y carpintero. “Extraño a República Dominica, disfrutar con mi gente. Aunque estoy legal, por cualquier cosa me deportan. Sé que estoy en este país prestado”, agregó.
Considera que la situación económica está muy dura, pues antes guayaba 100 libras de hielo en la venta del tradicional “frío frío” y ahora apenas 20 libras, además de que lo ofertaba a US$1.25 y ahora tiene que venderlo a un dólar.
Para Rosario el clima ha sido lo más difícil en su proceso de adaptación en Estados Unidos, adonde llegó en el año 1980, mientras otros dominicanos consultados admiten que una de las barreras para la comunidad residente en esta nación es el idioma. Yloven Abreu, de 40 años, quien trabajó cuidando niños y ahora escribe novelas románticas en español, dice que se ha adaptado perfectamente a la sociedad norteamericana, pero “aprender el inglés se me ha hecho cuesta arriba”.
Indica que aunque añora a “su gente” y a los familiares que dejó en República Dominicana no se visualiza de vuelta en su país porque se acostumbró a la igualdad y justicia que existe en Estados Unidos. “No me veo yendo a un sitio, a un supermercado, y estar haciendo un turno, pero si alguien tiene una cuña o un amigo lo atienden primero, aunque esas personas tengan horas haciendo una fila kilométrica”, añadió.
Sonia Matos, dominicana de la capital, está en una segunda etapa y a su juicio definitiva de residencia en Estados Unidos. Llegó por primera vez hace 20 años, pero retornó a República Dominicana, donde se graduó de abogada. Hace cuatro años decidió establecerse definitivamente en Nueva York porque entiende que hay más oportunidades para sus tres hijos estudiar . “Aquí ellos tienen más facilidades, cuando están en la intermedia no hay que pagar nada, no hay que comprar libros, y para ir a la universidad pueden acceder a becas y préstamos escolares”, indicó.
(+)
JÓVENES: ES MUY DIFÍCIL TRABAJAR Y ESTUDIAR
Para la mayoría de los jóvenes trabajar y estudiar al mismo tiempo ha sido lo más difícil de su adaptación a la vida en esta nación, donde pocos pueden darse el lujo de quedarse en las casas.
Ivonny Sánchez, de 21 años, quien llegó cuando tenía 12 a Estados Unidos, trabaja de 11:00 de la mañana a 4:30 de la tarde y estudia de 5:30 de la tarde a 8:30 de la noche.
“Los fines de semana es casi el día entero, por suerte siempre he sido una persona muy reservada y no me gusta tanto salir a divertirme”.
Sánchez elogia las oportunidades para estudiar en Estados Unidos, pues precisa que hasta ahora no ha tenido que pagar un centavo por su educación.
Heinna Martínez, también de 21 años, estudia Educación de 10:00 de la mañana a 2:00 de la tarde y trabaja de 2:30 de la tarde a 8:45 de la noche como cajera en la tienda “La Elegancia”, ubicada en la 177 y San Nícolas.
Tiene tres años y ocho meses residiendo en esta ciudad y aunque también resalta las oportunidades para los jóvenes trabajar y estudiar en esta nación, añora el tiempo en que podía compartir con sus amigos en República Dominicana. “Allá tú puedes salir con tus amigos cuando tú quieras, no existen las mismas responsabilidades que aquí, ya cuando llegas aquí tienes que pagar renta, tu teléfono, la luz, el cable, cuando vivía allá no tenía esas responsabilidades”.