Una vez escribí en este mismo diario, que si la sociedad estadounidense se hubiese dedicado a escuchar a sus filósofos y psicólogos en vez de dedicarse a la veneración de cuantas falacias dicen sus farotones en los medios de comunicación, hoy no viviera la pesadilla de haber perdido el puesto número uno entre los países con mayor credibilidad y logros impresionantes. Hoy, solo es una nación con mecanismos de sobreregulación tan sofisticados que hasta la gente simple entiende que no tiene pies ni cabeza que se sobrerregule hasta lo irregular.
Mientras sus filósofos y psicólogos aconsejaban a la clase dirigente de su país que tomara en cuenta que lo relevante y eficaz era que Estados Unidos se mantuviera como nación prototipo de fuerte unidad interna cultural, social y emocional, con un visible poderío económico y lejos de la idea de concretizar dominio político fuera de sus fronteras, lo que garantizaba un mayor bienestar para sus habitantes y un acercamiento nada precautorio por parte de los demás pueblos del mundo, lo que se hizo fue promover lo que esos pensadores llamaron la “libertad degradada” , diseminar informaciones confusas y muchas de ellas amenazantes, incluso se recurrió a la humillación de naciones pequeñas y débiles, el ingenio y la ciencia para producir riqueza se desplazaron al campo bélico y en vez de usar la palabra veraz y las competencias que persuaden por sí solas, se recurrió a llevar al espionaje descarado al Olimpo de los dioses. Ahí está la razón de por qué USA no es ni la sombra lo que fue en las décadas de 1970 y 80 y es el país más endeudado del mundo.
Bueno, pues a nuestro pequeño y empobrecido país, pero al cual estamos obligados a llamarlo el “David del Caribe”, “un país veterano de la historia”, como nos definiera Fidel Castro, también le hace falta de manera urgente un filósofo que nos oriente debidamente porque un pequeño grupo de sus hijos pero que provoca mucho ruido mediante tal vez cien cajas de resonancia y empujado por un extraño rito de solidaridad con nuestro vecino Haití, pretende, con un apoyo foráneo muy sospechoso, que aquí haya algo así como un ‘traslape gentilicio’ aunque “se lleve de paro” leyes migratorias propias y exclusivas de cada Estado soberano.
Es decir, que se acepte como dominicano cualquier extranjero que viva o naciere aquí, ignorando la ley. Ese grupo parece sufrir alucinaciones auditivas que le dicen que existe un mecanismo psíquico llamado “rotación mental” que lo lleve a aceptar la idea que cualquier persona que llegue a R.D. ilegalmente, con una familia o sola, o bien, una pareja sin hijos pero que luego tienen ocho o diez, todos ya son dominicanos no importa que haya un precepto constitucional que especifica que “transitar” por el país es una cosa y radicarse legalmente es otra muy distinta. Mintiendo a sabiendas de la ignorancia de nuestro pueblo, aquel grupo vocifera que “hay racismo en la interpretación de la ley”, que la “sentencia 168/13 esta contrahecha,” o que “es inhumano no ver como nacional a un haitiano que entró de manera clandestina al país o que nazca aquí ilegalmente”. ¿Qué es una guillotina psicológica el desarraigo emocional, relacional y territorial de niños y adolescentes haitianos que nacieron y se han hecho adultos aquí? Sí, es verdad.
Pero es injusto culpar a nuestro país cuando lo cierto es que Haití y su clase gobernante son los únicos culpables. Sin embargo, no dicen que aquí viven miles de haitianos legalmente que llevan una vida familiar y social normal, que cientos se han nacionalizado y cientos están casados con dominicanas y sus hijos son dominicanos. O bien, callan que hay más dominicanos que no tienen actas de nacimiento que haitianos, pero ese grupo no protesta por ello; lo que lleva a uno sospechar que se debe a que eso no es rentable.
Ese grupo, el cual se “saca tripa para meterse paja”, no tiene derecho a desacreditar a su país ocultando la verdad con el propósito de hacerse los misericordiosos y solidarios a ultranza frente a potencias de ultramar. Si esto ocurre en plena era digital y de la comunicación, imagínese la forma de pensar de aquellos dominicanos que aspiraban, durante la época de la ocupación de nuestro territorio por parte del gobierno de Boyer, a ocupar un puesto como congresista en 1843. En el momento en que el Gobierno de ocupación expulsó a Duarte del país y se llevó preso a Mella y a Pedro Santana, cuando en Puerto Príncipe se celebraba la Asamblea de la constituyente, aquellos señores llegaron al colmo de pedir al señor Barrot, alto dignatario del gobierno francés, el protectorado de Francia de nuestro país ocupado militarmente por Boyer, a cambio de la bahía de Samaná. Por eso, nuestros historiadores los apodaron los “afrancesados”. Hoy, como ayer, podríamos bautizar a estos extremistas de la solidaridad con Haití, como “haitianizados” modernos. Esta situación ha traído a mis recuerdos que allá por 1952, escuché al decimero de mi pueblo, Manuel Titica, recitar unas coplas que decían:
Mi abuela Mamalelei
Me contó cuando era joven,
Que cuando Boyei gobernó
Mucha gente se viró
También me contó mi abuela
Que hubo tantos afrancesao
Que el general Barró dijo:
“De aquí no me voy ni amarrao”
Cuando Mella se enteró
Sobre el plan afrencesao,
Le mandó a decir a Duarte:
“Mantén el ojo pelao”
Mi abuela tenía quince años
Cuando la Separación,
Me contó que mucha gente
No creía en la Nación. (P.D. Aurelia Peña, “Mamalelei”, nació en enero de 1828 y murió en 1924. Su nieto Manuel, nació en febrero del 1894 y murió en el 1966).
Pedro Mendoza.