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domingo, 8 de enero de 2012

Juan Gabriel: El ambiguo sujeto del amor

Por: Alfredo Espinosa.

En estos días Juan Gabriel cumple años. Lo admiro y me asombra: cómo un hombre como él, con todas las adversidades encima, pudo levantar una obra monumental y perdurable. ¿Cómo un hijo de un enfermo mental y una sirvienta, un infante abandonado en orfanatorios, un chavalo milusos en las calles; un adolescente provinciano, expresidiario, con expresiones sexuales poco convencionales, pudo llegar a la cima del éxito artístico?
Juan Gabriel posee una biografía infantil tan desafortunada que fácilmente hubiera podido desbarrancarse en alguno de los profundos abismos de la vida. La constelación sicológica del artista ronda alrededor de estos aciagos astros: es el sexto hijo vivo, el menor de un ejidatario loco e iracundo que se extravía cuando él apenas es un recién nacido, y de una sirvienta que terminará por abandonarlo antes de los tres años. La hermana mayor, en quien recae la responsabilidad de cuidarlo, finalmente acabará por desatenderlo también, y Juan Gabriel, indigente en Ciudad Juárez, se convertirá en uno de los primeros niños de la calle.

El ambiguo sujeto del amor

Juan Gabriel se muestra obsesivo en sus composiciones: el ambiguo sujeto del amor, a quien le canta, es un tú que casi siempre queda sin declarar su género; y ese tú es objeto de amores desmedidos o de odios igualmente desmesurados. Su amor es un amor que no dice su nombre. Con él se confirma que el amor no tiene sexo sino buenos afectos. Se ama –o se odia– a la persona que provoque esos afectos, independientemente del sexo que posea.
¿Pero qué sucede cuando el amor materno, que debía ser incondicional, se niega? La madre, su primer y más perdurable amor, incumple con la función de enseñarle al hijo, con hechos cotidianos, el sentimiento amoroso, y esa deficiencia provocará una catástrofe afectiva. Una de las consecuencias de este acto traumático es que dificultará el proceso de estructuración de la personalidad y ella misma, la madre, se convertirá en una mujer aniquiladora. Negar el afecto es también un modo de castrar.
Casi todas las canciones parecen remitirse a la primera experiencia amorosa. Los traumas vividos con la madre los reedita en sus posteriores relaciones y en sus canciones. Pero ¿a quién le interesa de dónde nace la inspiración? Juan Gabriel, cubre las necesidades emocionales de las mujeres y ha logrado que se enamoren miles de hombres y mujeres.
Las mujeres ante las cuales se ha rendido Juan Gabriel son mujeres poderosas. Siente por ellas una especial fascinación. Mujeres que lo aceptan después de haberlo rechazado o a quienes conquista después de haberlo intentado en varias ocasiones: María Felix, Rocío Dúrcal, Lucha Villa, Lola Beltrán. Ellas, cuando alcanzó la fama, le otorgan su afecto y reconocimiento y le ruegan para que les dé una de sus canciones. ¿Buscaba que ese mismo proceso se repitiera con su madre?
¿Cuántas veces mendigaría el amor a su madre y ésta, por muy válidas que fueran sus razones, se lo negaba? Esta necesidad imperiosa se evidencia patéticamente en una composición que canta a dúo con Rocío Dúrcal donde manifiesta su indigencia afectiva. Ahí implora migajas de amor, al mismo tiempo que hace responder a la cantante lo que en realidad ocurrió en la infancia:

—¿No tienes nada, nada, nada,...
—Que no, que no...

¿Qué daño te hago con quererte?

¿Desde dónde canta Juan Gabriel? Desde un yo victimado que pese a sus heridas, declara como su único patrimonio inenajenable a un corazón noble y bondadoso. Reconoce antiguos sufrimientos, desengaños actuales y sufre por ellos pero se reserva el derecho del desquite. Juan Gabriel ríe al último y mejor, y en la revancha exhibe una alegría morbosa y contundente contra quien resulte responsable por abandono, humillación, burla, ofensas. Y lo canta con una afectividad sin matices ni medias tintas.
Al ambiguo sujeto del amor, a la segunda persona del singular (que puede ser, indistintamente, un hombre o una mujer, así como, inconscientemente, su madre o los otros amores ingratos) le adjudica sentimientos definidos, extremos, y los hace pertenecer, inequívocamente, al bando de los buenos o de los malos, según se hayan anidado en su corazón.
Cuando Juan Gabriel proyecta sus afectos en sus canciones lo hace con ambivalencia, es decir, con una disposición mental y emocional en las que manifiesta al mismo tiempo y ante la misma persona o situación, sentimientos diametralmente opuestos y actitudes totalmente contradictorias: amor y odio, temor y deseo, culpabilidad y justificación, orgullo y menosprecio de sí mismo, etc.
Pero como no se atreve a odiar directamente a la persona que lo frustró al negarle los abrevaderos afectivos de la infancia, orienta esos sentimientos malsanos hacia otras personas que, habiéndolo desengañado en posteriores experiencias amorosas, se convierten en los sujetos idóneos para el desquite de Juan Gabriel. Además se podrá dar el lujo de contrastarlos con el amor de una madre idealizada, muy lejana de la real.
Sin embargo, Juan Gabriel ha demostrado su nobleza al considerar el amor materno, pese a todo, como el más importante. En público acepta sin juzgar el comportamiento de la madre y lo ensalza y lo idealiza. Estando en Madrid cantando, con Rocío Dúrcal en primera fila, Juan Gabriel dijo: “quiero dejar constancia de una cosa aquí en Madrid; que yo no fui quien resucitó a la señora Dúrcal, porque yo no soy nadie con ese poder para resucitar a una persona, porque si eso fuera, preferiría resucitar a mi madre que tanto quiero”.
¿Existe hipocresía en esas declaraciones? Es difícil saberlo. Lo que sí es claro es que con esas palabras el público se le entregará. Pero ya sabemos que lo público, para un artista, suele corresponder al ámbito de las necesidades del mercado y de la imagen; lo privado, en cambio, a lo sicológico y emocional.

El tiempo es malo y muy cruel amigo

Todavía tiene arrestos para volver a ser el mejor Juan Gabriel cuando filosofa sobre el paso del tiempo. Ha dejado de ser aquel niño bonito para convertirse en un hombre maduro con grandes dificultades para mantener un peso saludable y una figura esbelta. Sus trajes con capas, lejos de encubrir su sobrepeso, lo evidencia. En su cuerpo, en su nueva figura se resuelven las viejas y complejas fórmulas sicológicas y afectivas que han movido su corazón y su carrera artística. Y sin embargo, ha persistido en su gusto por tener parejas jóvenes, lo cual es, quizá, la única manera de recobrar algo de la juventud perdida.
Juan Gabriel ha llegado a la edad que empieza a sentirse abrumado por el peso de los años y advierte que “...el tiempo pasa y ése no se detiene, / abrázame muy fuerte, amor, que el tiempo en contra viene”; y también que “...Dios perdona pero el tiempo a ninguno”. No obstante, para combatir los estragos del tiempo, Juan Gabriel ha encontrado la mejor de las formas para protegerse de sus agresiones: pedirle a su amor que lo abrace muy fuerte.

Abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona,
ha hecho estragos en mi gente como en mi persona,
abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo,
abrázame que el tiempo es oro si tú estás conmigo.

Aunque todavía el sujeto a quien pide Juan Gabriel que lo abrace queda en el misterio y en la indeterminación sexual, la atmósfera de la canción es íntima y remite a una noche amorosa desde la cual se puede mirar al cielo: “por cada estrella que aparezca –le dice Juan Gabriel a su amor, con su habitual cursilería –es un te quiero”. Juan Gabriel agradece la cercanía de su nuevo amor porque llega a curarlo de una experiencia traumática que ha terminado rompiéndole el corazón. Valió la pena todo lo que he sufrido, le dice Juan Gabriel a su nuevo amante, y llora de felicidad cuando amanece. Aquél otro amor que juró dar la vida por él se ha ido para siempre, pero ahora está entre los brazos de alguien que cura sus heridas y con ternura le rehace el corazón. A ese buen amor Juan Gabriel le pide: “abrázame fuerte, muy fuerte y más fuerte que nunca, siempre abrázame.../ hoy que tú estás conmigo yo no sé si está pasando el tiempo y tú lo has detenido”:

Abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo,
abrázame muy fuerte, amor...

Los libros de este autor, Alfredo Espinosa, se encuentran a la venta en Librería Kosmos, a un lado de las Fuentes Danzarinas

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