Mons. Robert Molino, obispo de Madison (Wisconsin, EE.UU), explica en una entrevista la razón por la que ha ordenado que antes de octubre del 2018 todas las parroquias de su diócesis deben tener el Sagrario el lugar más prominente de los templos, en el centro del altar mayor.
(Trent Beattie/NCRegister) Fue muy común en los años siguientes al Concilio Vaticano II quitar los tabernáculos de los altares mayores de los presbiterios de las iglesias. Este se vio por muchos como una manera de transformar un edificio de ser la casa de Dios a ser la casa del pueblo, algo que pareció útil para hacer presente al catolicismo en el mundo moderno.
Sin embargo, el obispo Robert Morlino ve la situación de otra manera. El obispo de 69 años, oriundo de Scranton, Pennsylvania, ha enseñado que el templo no es la casa del pueblo, sino la casa de Dios (domus Dei). Una vez eso queda establecido, cree el prelado, la reverencia se vuelve la principal norma de comportamiento de los fieles.
Esta creencia fue la motivación de Mons. Morlino para retornar el tabernáculo a la posición más prominente de la iglesia Catedral de Santa Elena, en Helena, Montana, durante el corto tiempo que sirvió allí como obispo. Al ser nombrado obispo de Madison, Wisconsin, en el 2003, la misma apreciación por el lugar del tabernáculo –de acuerdo al Canon 938 del Código de Derecho Canónico– empezó a hacerse clara para los párrocos de su diócesis. Algunas parroquias reubicaron sus santuarios apropiadamente, pero otros aún no lo han hecho, así que el año pasado se estableció como fecha límite el mes de octubre 2018 para hacerlo.
Recientemente, Mons. Morlino habló sobre esta fecha límite, el límite para la música sacra de la diócesis de Marquettte en Michigan y sobre algunos conceptos litúrgicos generales.
¿Por qué instruyó a los párrocos de la diócesis para que muevan los sagrarios al centro del altar mayor si no lo han hecho todavía?
Será una sorpresa para muchos fuera de la diócesis, pero el asunto de la ubicación del sagrario no es algo reciente. Empecé a hablar a los párrocos de Madison sobre este tema cuando vine hace 12 años. Lo he dicho porque el templo es de hecho la casa de Dios, el sagrario debería estar colocado en el centro del santuario. Desde entonces, cierta cantidad de párrocos han seguido la instrucción, pero aún hay trabajo por hacer, así que pusimos una fecha límite.
La comprensión básica sobre la ubicación del sagrario o cualquier otra práctica relacionada con el templo, debe relacionarse siempre con que estamos hablando de la casa de Dios. Si fuera una materia simple, si el templo fuera nuestra casa, habría un margen para lo que ponemos y dónde lo ponemos. Si fuera nuestra casa, cantaríamos canciones que nos parecieran llamativas, podríamos poner cuadros sobre temas sin relación con la historia de la salvación y podríamos poner de lado a Nuestro Señor.
Sin embargo, como el templo es, de hecho, la casa de Dios, su presencia en el Santísimo Sacramento debería ser al frente y al centro. Una vez que eso se cumple, todo lo demás queda en su lugar correcto. Si Nuestro Señor es entronizado en la parte más prominente del templo, se hace claro de inmediato que sólo se puede cantar música sacra allí, que sólo el arte sagrado puede ser exhibido: es un edificio sagrado puesto aparte para adorar al Señor en espíritu y en verdad.
¿Qué piensa sobre las objeciones que dicen que mudar el sagrario desplazará al coro o evitará que la gente participe en la Misa?
Esas objeciones no se dan cuenta cuál es el centro de nuestra fe: la persona de Jesucristo. Porque Jesús es nuestro Rey y Señor, deberíamos hacerlo claro en la liturgia, no esconderlo. La forma en que el templo está montado demuestra lo que creemos. Cuando el coro está detrás del altar o en el santuario, se manda el mensaje equivocado –digamos, que la música debería ser el centro de nuestra adoración. La segunda objeción –sobre la participación activa–, es extremadamente ridícula. ¿Cómo podría Nuestro Señor distraernos de nuestra adoración? Es como decir que Él se está distrayendo de Sí mismo.
Afortunadamente, tenemos pocas objeciones reales en Madison. La gente tiene un sentido inherente de lo que está bien, así que cuando hay una preparación adecuada, aprecian los cambios que reamente nos llevan más cerca de Dios. Podría haber alguna aprehensión inicial, pero más tarde toma su lugar la gratitud por una liturgia bien hecha. La bondad, la verdad y la belleza siempre traen orden y paz a las almas.
La música sagrada es un medio principal a través de la cual se entrega bondad, verdad y belleza. ¿Qué piensa de la directiva del Mons. John Doerfler sobre la música sacra en la diócesis de Marquette, Michigan?
Probablemente hay una relación entre la música sagrada en Marquette y la ubicación del sagrario en Madison. En ambos casos, ha habido atención de los medios sobre las fechas límite, pero esas fechas límite han sido precedidas por años de catequesis y motivación.
Cuando el arzobispo Alexander Sample de Portland, Oregon, estuvo en Marquette, enseño a los fieles la importancia de la música sacra. Esta catequesis sirvió de fundamento para la directiva reciente del Obispo Doerfler. Creo que estuvo motivado por el deseo de llevar a la gente más cerca de Dios a través del arte y la música. Este deseo es comprensiblemente importante, porque la calidad de la música es muy cuestionable en muchas parroquias en estos días. Las melodías son banales, las letras quizás son heréticas y eso difícilmente inspire reverencia y admiración hacia la Majestad de Dios.
Estamos motivando el uso de verdadera música sacra en la diócesis de Madison también, pero en este momento no tenemos fecha límite. Quizás la tengamos más adelante, pero por el momento, es bueno señalar que la Iglesia le da al canto gregoriano un lugar privilegiado en los servicios litúrgicos. Este tipo de música humilde, reverente y orante está ganando terreno, por el trabajo de párrocos fuertes con experiencia musical, como el reverendo benedictino Abbot Marcel Rooney y el padre benedictino Samuel Weber.
¿Hay otros conceptos litúrgicos o arquitectónicos que esté considerando en su diócesis?
Otro ejemplo algo que estamos considerando en Madison, pero que para muchos fuera del área pasa desapercibido, tiene que ver con la distribución de la Sagrada Comunión. Es una práctica antigua de que sólo la Hostia sea distribuida a los fieles. Es permisible que la Preciosa Sangre sea distribuida en ciertas ocasiones y bajo ciertas condiciones, pero si revisa los documentos de la Iglesia, es claro que estas son excepciones, más que la norma.
El remedio para cualquier cuestión litúrgica es simple: Siga las guías de la Iglesia. Un documento que no ha ganado mucha atención en los Estados Unidos pero que tiene el potencial de cambiar las cosas para bien vino de Juan Pablo II en 1997. Se llama «Sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes». Explica, entre otras cosas, cómo los ministros extraordinarios de la comunión no están supuestos a ser una parte regular de la Misa. Solo se permite usarlos cuando es realmente necesario, y esta necesidad ocurre con menos frecuencia de lo que muchos se imaginan.
Una clara distinción entre el clero y los laicos ayuda a mostrar la integridad de la fe católica de mejor manera.
Todo lo que hacemos en la liturgia es catequético –lleva un mensaje. El mensaje podría ser cierto o falso, pero siempre hay un mensaje. Cuando los laicos distribuyen la Sagrada Comunión en todas las Misas, la distinción entre los ordenados y los laicos se emborrona. Ese es un mensaje erróneo, pero es el que se está mandando.
Si no hacemos la liturgia bien, no hacemos nada bien. La liturgia es primordial en la vida de un católico; es un encuentro íntimo con el Dios Vivo. Es claro, entonces, que necesita ser hecha en verdad, en lugar de hacerla de acuerdo a nuestros caprichos. Necesitamos tener la humildad de permitirle a Dios ser Dios y revelarse a sí mismo como realmente es. Entonces realmente puede trabajar en nuestras almas para el mayor bien de la humanidad.
¿Es esa la motivación para lo que ha hecho en Madison?
Mi mayor motivación es la santificación de mi gente. Solo me pregunto «¿Qué puedo hacer para que las almas a mi cuidado sean santas?» Entones, con la ayuda de Dios, hago eso. No es nada extraordinario. Es sólo hacer lo que debo hacer como obispo. Eso puede generar titulares en los periódicos, pero no debería.
Traducido por David Quiroa del equipo de traductores de InfoCatólica