Le cuelga un prontuario de violencia, agresiones, bravuconería, prepotencia y perversidades.
Esta vez su disparo certero mató a la persona “equivocada”, con la que jamás podrá salirse con la suya, con la que nunca podrá armar un “muñeco”.
Porque no hay forma posible, aún en el país más desorganizado e impúdico, de quedar impune luego de asesinar, de forma vil, a quien fuera rector de la universidad más importante del país, a un catedrático, un ilustre.
La de candidato a senador (PRM-San Cristóbal) era su condición de menor categoría, y quizás, decidir ser parte de ese nocivo y pernicioso mundo político, fue su desgracia.
Es harto sabido que la política, como se ejerce en la República Dominicana, no es para personas decentes, éticas y pacíficas. A ellas se las traga el sistema o simplemente las elimina física o moralmente, como pasó con Mateo Aquino Febrillet.
En medio de la desgracia, su muerte “aportó” sacar de las calles a un verdugo, un azote, implacable, feroz, impulsivo, un toro bravo con cuernos afilados que se llevaba de encuentro a todo el que se interpusiera en su camino.
El país lo veía, porque así actuaba, como el dueño del caos, del terror, del miedo.
Ya que el Estado cobarde e irresponsable, las autoridades, no pudieron hacerlo, él mismo se destruyó.
Blas Peralta disparó la bala que puso fin a su imperio de terror.
POR LUIS BRITO