Mi padre nos dejó un primero de febrero lunes, el 29 anterior yo me casaba. Al regresar hacia Santiago viniendo del este haciendo una parada técnica en la capital, me informan que mi papá había muerto al ir a contestar el teléfono de una llamada que mi mamá le estaba haciendo al ella llegar al trabajo en una fría mañana en Chicago. Ricardin de una vez me envió a Peyi Guzmán para que regresáramos a Santiago sin yo manejar, pues él sabía que yo no estaba bien. Todo el que me conocía sabía que yo no estaba bien. Lloré. Había perdido a mi mejor amigo, a aquel que sin yo decirle leía entre líneas y adivinaba lo que pasaba por mi mente o mi corazón. Siempre me respetó, lo que no significa que no me dijese su opinión de algo contario a mi pensar en ese entonces. Respetar no significa dejar que uno haga lo que quiera, sino aconsejar, opinar y aceptar la decisión tomada después de dialogar.
El Padre Paquito Pérez Lerena quien había sido mi superior en los primeros años de la Compañía de Jesús, había logrado conseguir en horas una visa por razones humanitarias en el consulado de los Estados Unidos en Santiago, ya hoy no existe ese consulado. Yo aún estaba en Santo Domingo, alguien buscó mi pasaporte, avisó a Paquito y el resolvió. Paquito muy bien sabe lo que mi padre es.
Al otro día, martes dos, fuimos a Chicago vía Puerto Rico y al abordar el avión hacia Chicago dos oficiales vestidos de civil me detuvieron brevemente y cuestionaron la razón del viaje. La visa era, como ya dije, por razones humanitarias así que solamente era explicar.
En el aeropuerto de Chicago nos esperaba Nino, mi cuñado con unos “coats” y bufandas por el frio que hacía. Si no me equivoco fuimos directo a la funeraria y ahí estaba él.
Papá era de esos amigos que te escriben todas las semanas y te dan detalles de todo lo que sucedió en esos siete dias, en su casa, en su trabajo, en la casa de mi hermana quien vivía a menos de una cuadra de él y mi mamá. Contaba sus anhelos, sufrimientos, pero solapadamente para evitar que yo descubriese algún problema y me preocupase sin yo poder hacer algo por la lejanía.
Cuando estuve en Chicago antes de despedirme para venir a la República salimos, caminamos y participe de sus escondites donde él hablaba con Dios. Prefería las capillas solitarias, pequeñas.
Al otro día, de la funeraria fuimos al servicio religioso en una iglesia católica de rito oriental que quedaba cerca de la casa y que él había descubierto. Papa no era religioso, sino espiritista como tantos de la isla. Yo lo motivé a leer la Biblia, los evangelios y de ahí su búsqueda religiosa, pero nunca fue muy Papista o de Roma, por eso lo del rito oriental no romano.
En medio de la misa yo no pude más, me paré y dije que la muerte no era triste para un cristiano, pues significaba ir donde Dios, ir a una mejor vida y que ese rito era todo negritud cuando debía ser blanco de paz, alegría. El sacerdote me escuchó. Pidió que me sentase y continúo. Lo que dije lo hice en español, mamá me pidió que lo dijese en inglés para que los amigos americanos presentes de donde él había trabajado pudiesen entenderme. De ahí fuimos al cementerio y a cerrar el apartamento para que mi mamá fuese hacia Miami. Recoger, leer, botar, regalar,…
De esa limpieza todavía tengo una colonia en envase de barco, un calzador, cartas, y un intento de libreta de apuntes que el trataba de patentizar, un pisa papel con termómetro, álbumes de sellos que trataba de coleccionar y algún adorno de la República que yo mismo les había llevado. También encontré su testamento, no de lo que tenia, pues no teníamos nada, sino su último consejo de cómo hacer lo que era inevitable.
Cuando papá tuvo su segundo ataque al corazón, murió en el tercero, mis superiores me mandaron de Venezuela a Chicago, por eso no tuve la experiencia del terremoto de Caracas en el verano del 67. Fue la época de los RIOTS en USA. Me recuerdo de ambos sucesos porque el P.Gamazo hizo una pregunta en clase; ¿Cuál noticia seria la del año? Todos dijeron el terremoto y yo lo de los Riots, pues aún estaba en mi mente las cuadras enteras de negocios incendiadas, la violencia de ambas partes. Gamazo suponía que yo iba a contestar así, e hizo ver que toda noticia es subjetiva, relativa, depende de la persona y sus vivencias.
El médico cardiólogo puso en la planilla del hospital que yo debía permanecer con mi padre en la habitación a cualquier hora incluyendo la noche. Para el médico, yo había sido la medicina que lo había sacado de su gravedad. Dormía con él en la habitación. Cuando salió del hospital y se quedo en la casa, yo regrese a mis estudios en Los Teques.
Nosotros no parábamos de hablar o yo de habar y el escuchar. Leía el evangelio. Participábamos del silencio y sus ojos me indicaban lo que yo tenía que entender. Cuando dos personas se quieren, no hace falta palabras.
El primer infarto fue en casa de mi hermana, discutiendo de política. El me dijo después, “no discutas de política, religión o pelota; nadie gana, todos pierden”.
El llegó a la Habana con unos escasos cursos realizados y su primer trabajo fue el de limpiar inodoros en la terminal del tren en la ciudad. Luego terminó el octavo e hizo mecanografía. Estuvo a cargo de las brigadas encargadas de poner vallas de anuncios en terrenos solitarios y por supuesto tuvo su problemita con las autoridades. Pasó a ser ejecutivo de publicidad en Guastella Mc Erickson y luego al dividirse la empresa quedo como vicepresidente de Mc Erickson. Fue socio fundador de la Asociación de Publicista de Cuba siendo su primer tesorero. De inodoros sucios y hediondos a vice de una compañía norteamericana con sólo un octavo curso.
Conoció a mi mamá, que según Jorge Armando ella lo enamoró a él, según ella, fue él que no dejaba de buscarla. El caso es que ambos se buscaron y se casaron en la sacristía de una iglesia por falta de recursos. Antes el tuvo que tener el sí de mi padrino Ramón, quien fungía de tutor de ella. Ramón era el esposo de mi tía Paquita quien tenía una fábrica de hielo y una planta eléctrica en Sagua la Grande, el pueblo de donde salió mi padre y luego “La Habana le abrió sus piernas”.*
Mi papá gustaba del trago. El nos ensenno a beber para que evitásemos los excesos y a mi hermana no la fueran a engañar. Ya en aquella época había polvillos que se echaban en la bebida. Como era publicitario tenía mucho contacto con artistas y nos contaba desde entonces el uso de la cocaína y de la heroína entre estos en los finales de los 40’s y en los 50’s.
Solamente mi padre y yo tuvimos una encontronazo una vez, ya en Miami, algo personal de él. Yo tenía 15 annos. Me le paré enfrente antes de que entrase a la casa y le dije: Escoge. El caso es que escogió, a nosotros.
El era del ABC en contra de Machado, pero me contaba que en el primer periodo Machado era diferente.( El primer período siempre es el mejor.) La anécdota que más le gustaba era la de que el carro presidencial iba a exceso de velocidad por el malecón y fue parado por un policía en su motor. El policía le puso una multa al chofer. Machado le pidió sus datos y al otro día ascendieron al policía. No sé si fue real o no, pero él lo contaba como cierto.
No puedo borrar la imagen de él sentado en un sillón rojo de gamuza que había en el apartamento alquilado en la decima del Southwest. Se mordía los nudillos de la mano, y las lágrimas le salían de impotencia. Había caminado sus doce cuadras hasta el down town de ida y vuelta en el único trabajo que apareció, empalmar en una imprenta, de pie. No dió ni para los cigarrillos.
He tenido mucha suerte de tener un amigo como él. No perfecto, con debilidades, pero ya quisiese yo ser sólo suela de su zapato.
Autor: Jorge Ruiz