“¡Que cesen todas las guerras, toda hostilidad pequeña o grande, antigua o reciente!”. La preocupación del Papa resonó en Pascua. Un grito de dolor por los conflictos de la humanidad. Un imperioso llamado a la reconciliación, en aquellos lugares donde la violencia ha sofocado a la política. Como en Venezuela y Ucrania, en Siria y en Irak. Un clamor a Cristo para que su resurrección conceda la paz a todos los pueblos de la Tierra.
Una multitud escuchó la bendición “urbi et orbi” (a la ciudad y al mundo) de Francisco. Más de 150 mil personas que abarrotaron la Plaza de San Pedro y las cercanías del Vaticano, en una mañana soleada. Primero el pontífice celebró la misa y después subió hasta la Logia de las Bendiciones, para su mensaje pascual.
Su reflexión contra los flagelos de la humanidad partió de la resurrección de Jesús, a la cual calificó como el acontecimiento que está en la base de la fe de los cristianos y es también su esperanza.
Advirtió que si Cristo no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría sin brío, pues de ahí comenzó y de ahí reinicia siempre de nuevo. Y agregó que, en Jesús, “el amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte”.
Se refirió también a Siria, solicitando que cuantos sufren las consecuencias del conflicto puedan recibir la ayuda humanitaria necesaria; que las partes en causa dejen de usar la fuerza para sembrar muerte, sobre todo entre la población inerme y tengan la audacia de negociar la paz.
“Te rogamos que consueles a las víctimas de la violencia fratricida en Irak y sostengas las esperanzas que suscitan la reanudación de las negociaciones entre israelíes y palestinos. Te invocamos para que se ponga fin a los enfrentamientos en la República Centroafricana, se detengan los atroces ataques terroristas en algunas partes de Nigeria y la violencia en Sudán del Sur”, imploró.
Auguró que se pueda curar a los afectados por la epidemia de ébola en Guinea Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a aquellos que padecen tantas otras enfermedades, que también se difunden a causa de la incuria y de la extrema pobreza.
Según Jorge Mario Bergoglio la Pascua rescata toda situación humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte; es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido. Porque, insistió, el amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.
Por eso solicitó a Dios que su resurrección ayude a vencer el hambre, agravada por los conflictos y los “inmensos derroches” de los cuales, a menudo, los seres humanos son cómplices. “Haznos disponibles para proteger a los indefensos, especialmente a los niños, a las mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a la explotación y al abandono”, indicó.
Reclamó consuelo para todos aquellos que hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos, por haber sido injustamente arrancados de su afecto, como tantas personas, sacerdotes y laicos, secuestradas en diferentes partes del mundo. Pidió conforto para quienes han dejado su propia tierra obligados a emigrar a lugares donde poder esperar en un futuro mejor, vivir su vida con dignidad y, muchas veces, profesar libremente su fe.
Antes de la bendición y después de la misa, el Papa quiso concederse a la multitud con un rápido recorrido a bordo del papamóvil. Por ello pidió disculpas a los cardenales que estaban esperando el tradicional abrazo de Pascua. Con paso veloz el vehículo blanco recorrió la plaza en menos de 10 minutos y después ingresó al Vaticano.
Como el año pasado Bergoglio prefirió sólo hablar en italiano y obvió las felicitaciones al mundo pronunciadas en más de 60 idiomas, como acostumbraba a hacer Benedicto XVI. Sólo dirigió unas últimas palabras en italiano.
por Andrés Beltramo.