Julio Vasquez.

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sábado, 31 de marzo de 2012

Juan Pablo II y la Guerra de Malvinas

Por Marco Gallo.



Marco Gallo es director de la Cátedra Juan Pablo II de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) y licenciado en la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad La Sapienza de Roma



El 2 de abril es una fecha simbólica, se podría decir de memorias encontradas: por una lado, la de la paz, personificada en el Beato Juan Pablo II, de quien se cumple el séptimo aniversario de su retorno a la Casa del Padre; y por el otro, la del comienzo de la Guerra de las Malvinas, cuando precisamente 30 años atrás el régimen militar argentino ocupó las islas y se desencadenó la locura del conflicto bélico.



La guerra es siempre "una derrota de la humanidad", afirmaba a menudo el pontífice polaco. Justamente en el Mensaje "Urbi et Orbi" de aquella Pascua de 1982, Juan Pablo II formulaba un ferviente llamado a los dos países "de tradición cristiana" para que se encontraran "los caminos de una pacífica y honorable composición del conflicto, mientras todavía quedaba tiempo para prevenir un choque sangriento". Era como un clamor que Juan Pablo II lanzaba a los beligerantes: "¡Paz! Paz en la justicia, en el respeto de los principios fundamentales universalmente reconocidos y afirmados por el derecho internacional, en la mutua comprensión".



Pero el Papa no se limitó a los llamamientos y decidió, después de su visita pastoral a Gran Bretaña al final del mes de mayo, venir también a la Argentina como mensajero de paz, en un gesto de cercanía al pueblo que sufría el drama de esta guerra. El 11 de junio, en la homilía en el Santuario mariano de Luján, ante una muchedumbre desbordante, mientras en las islas del Atlántico sur se consumaban los últimos días de una guerra absurda que dejaría huellas profundas en los ánimos de los argentinos, Juan Pablo II no se cansaba de repetir su predicación por la paz y la reconciliación.



Confiaba a María, Virgen de Luján, el futuro de los dos pueblos: "Que por tu intercesión, oh Reina de la Paz, se encuentren las vías para la solución del actual conflicto, en la paz, en la justicia y en el respeto de la dignidad propia de cada nación".



El Papa se encontraba en tierra argentina precisamente durante la festividad del Corpus Christi, que aquel año de 1982 se celebraba el 12 de junio. Nuevamente en una misa colmada por miles y miles de argentinos frente al monumento a los Españoles, Juan Pablo II habló del Cuerpo de Cristo derramado en la sangre de las víctimas de la guerra del Atlántico sur: "La verdad sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo - signo de la Nueva y Eterna Alianza- sea luz para todos aquellos hijos e hijas, tanto de Argentina como también de Gran Bretaña, que en el curso de las actividades bélicas han sufrido la muerte, derramando su propia sangre".



Y concluía dirigiéndose a los jóvenes como futuros centinelas del mañana y embajadores de paz: "Únanse también a los jóvenes de Gran Bretaña, que en los pasados días han aplaudido y han sido igualmente sensibles a toda invocación de paz y concordia. A este propósito, muy gustoso les transmito un encargo recibido. Ya que ellos mismos me pidieron, sobre todo en el encuentro de Cardiff, que hiciera llegar a ustedes un sentido deseo de paz".



Juan Pablo II finalizó con fuerza este llamado: "No dejen que el odio marchite las energías generosas y la capacidad de entendimiento que todos llevan adentro. Hagan, con sus manos unidas, una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra. Así serán jóvenes y preparadores de un futuro mejor; así serán cristianos".



La guerra terminaba poco días después de la visita del Papa; y con la guerra finalizaba también la dictadura militar y volvía la democracia. Juan Pablo II, en su viaje pastoral a la nueva Argentina democrática en 1987, recordará los años oscuros de la dictadura y de los "desaparecidos". Y los jóvenes memoriosos de aquellas palabras de junio de 1982 le agradecerán con el canto "Un nuevo sol se levanta", que recoge justamente aquellas solemnes palabras pronunciadas por Juan Pablo II a los jóvenes. Una memoria de la paz para cultivar aún hoy frente a los conflictos que continúan ensangrentando a este mundo.



El 2 de abril, triste memoria de la guerra, se entrelaza con el recuerdo de aquel "Gigante de la Historia" y hombre de paz que luchó con las manos desnudas contra todo tipo de conflicto bélico.