Siempre he dicho que una de las cosas que debo agradecer de la educación que aprendí de mis padres y de los profesores que tuve a mi cargo, fue que nunca me enseñaron ni a odiar, ni mantener rencillas, ni crear ni profesar la maldad para nadie. Por todo esto es que cuando me realizan el atentado, ni era hombre de andar armado y mucho menos tenía por qué pensar que debía cuidarme de nada, porque a nadie le hice ni le había hecho daño. También he sido testigo de cómo lo que haces a otros de una forma o de otra, en alguna oportunidad o momento, eso se te revertirá con la misma proporción del daño que has producido a otros u otras, con la consabida maldad. Es mil veces preferible tener en tu corazón la bondad, la buena fe y ese sentimiento que en tu interior creas de que tu conciencia está tranquila y no vives de sobresalto y con temor. Aún con lo que ha ocurrido en mi familia y en mi vida, no guardo ni anido rencor porque no soy un ser humano que vive guardando cosas. Si creo en lo que es justo y moral y por ello lucho y defiendo a rajatabla esas posiciones. He traído esto a colación porque en parte me identifiqué con lo sucedido en la familia de la comunicadora María del Carmen Hernández y la muerte por un vil y cobarde asesinato, el joven José Carlos Hernández, hace unos días. Esto porque a ciertas personas, incluyendo de medios de comunicación, utilizaron el crimen para cebarse, alegando, por las apariencias de la víctima, de todo tipo de pensamientos y lo externaban, sin pensar por un minuto, de que la madre y su familia escuchaban todo cuanto se alegaba de manera insidiosa. Me recordó en aquella oportunidad en la década de los noventa, cuando la sociedad dominicana se estremeció por el asesinato al niño Rafael Eduardo Llenas Aybar. Todo lo que se dijo, en principio para confundir a la opinión pública para defensa de sus asesinos, era como una forma de ir justificando el crimen, que iba desde la hechicería y cuantas desviaciones se podían pensar, fueron sacadas a relucir, cuando apenas la madre y sus demás familiares y la sociedad en sentido general, bien se reponía de tal horrendo crimen contra un niño indefenso a manos de su primo y un amigo. Este crimen no solamente físico, contra el pequeño Aybar, que todos los dominicanos y dominicanas de buena voluntad acogimos como nuestro caso y como si se tratara de un hermanito, un hijo, un amiguito o un primo, al ver las imágenes y el dolor que mostraba la madre del mismo; se intentó matar también moralmente a él y su familia, como buscando, por algunos, la justificación del crimen Lo mismo sentí que se ha intentado hacer, por el hecho de la apariencia del joven asesinado hace poco, hijo de una figura querida he ido a destiempo y de una comunicadora, a quien no tengo el gusto de conocer, pero que es reconocida respetada por su buen trabajo a través de los medios de comunicación. Por el simple hecho de que el joven era amante de la música rock, tener pelo largo y tatuado, ya hubo quienes formaron su juicio para dicho joven y su familia, aduciendo como si el crimen en su contra y de su familia, lo justificaba. Como si se tratara de un narcotraficante o delincuente común. Es una muestra de cómo algunos y algunas en esta sociedad utilizan su maldad y maledicencia, sacan de sus gargantas y su interior, todo ese odio, resentimiento, envidia o cuantos sentimientos mal sanos poseen en si mismos, y solamente lo disfrutan cuando provocan y producen el daño a los demás. Como existen comunicadores o personas que son capaces de utilizar todo su impureza para emitir juicios y juzgar sin conocimiento de causa, tan sólo por la apariencia. Hay casos que lo hacen por el pago o el remordimiento que hay de por medio. En esta sociedad hay quienes van de lo sublime a lo ridículo en sus críticas malsanas, porque aún con el dolor de una madre, son capaces de establecer criterios para lanzar dudas sobre un joven muerto a cuchilladas por unos cobardes. Y sin embargo, nada dicen o justifican cuando aparecen hechos como el caso del legislador ya condenado por el caso de una niña de catorce años. Son hechos de un extremo a otro que nos mueve a reflexionar como sociedad. Cuando escuchaba toda la basura que sacaban en contra del joven José Carlos Hernández, me vi en ese espejo, en lo que a la difamación se refiere, y recordando, como algunos, desde sus respectivos medios de comunicación fueron capaces de levantar y difundir calumnias en mi contra y la de mi familia, tratando de contribuir a desviar, con sus opiniones, el curso de las investigaciones y de la credibilidad del proceso. Pero también dejando entrever, que la tentativa de asesinato en mi contra, por lo que emitían esos malvados, se debía justificar por el falso motivo de calumnia. Pero nunca fueron capaces, de una vez develada la trama de Adriano Román, de hacer un mea culpa o de reconsiderar sobre lo ya dicho, no, porque así como en el caso de la familia Hernández y la tragedia con su hijo, es fácil querer tirar lodo, pero hay que ser muy noble, justo, serio, y valiente para reconocer y rectificar ante lo dicho sin base ni justificación y cuando lo hace con maledicencia y la difamación en la injuria es todavía peor, si no eres más que un miserable ser humano. He aprendido que la verdad a veces tarda en llegar pero no lo deja de hacer, es fuerte, sólida, cortante y perdura una vez es conocida. Es por ello quienes son objeto de situaciones como la que he narrado, deben siempre luchar por mantenerse del lado de la verdad y defenderla, que más temprano que tarde ella se impondrá ante las mentiras y las diatribas lanzadas. La verdad te hace libre ante los que proliferan y utilizan sus palabras para querer difamar e intentar ofender. El que actúa con maldad y maledicencia, ya lo he dicho, tarde o temprano sufre de ese mismo veneno.
Lic. Jordi Veras.