Por Pedro Mendoza.
La sociedad dominicana está preocupada y angustiada por la alta tasa de crímines violentos que cual interminable epidemia diezma al país. Medios de prensa y diferentes grupos de presión social, sacuden al Gobierno para que afronte por todos los medios posibles la epidemia criminal, pues todos creemos que es inaceptable que la tasa de homicidios que en los años 80 apenas fue de 10 por cada 100,000 habitantes, hoy alcance una tasa de 25 por cada 100,000, pero con la diferencia que en aquella década los homicidios eran cometidos por adultos en un 99 % de las veces, en tanto que ahora la mitad de los asesinatos es obra de adolescentes y jóvenes que no rebasan los 23 años. Sin embargo, no poca gente supone que la única medida eficaz contra la galopante criminalidad es la acción enérgica de la ley aplicada con plomiza severidad. Según parece, esos preocupados ciudadanos no caen en cuenta que si la criminalidad bajara sólo con la aplicación enérgica de la ley, en los países desarrollados los homicidios fueran esporádicos, cosa que no es cierta. Si queremos frenar abruptamente el crimen, comencemos por la base: La familia. Es aquí, en la familia, donde comienza todo. El hogar, el vecindario, la escuela y la sociedad son el único ejemplo que tiene a su disposición el niño para formarse una conducta apropiada y sana. Si cualquiera de ellos falla, el aprendizaje de las normas hogareñas y de la sociedad por parte del muchacho será un fracaso. De ahí, el refrán que reza: “Lo que el niño ve en el hogar, lo repite en el portal”. Los padres hemos tolerado que sea la televisión o cualquier “hijo del vecino”, y no la familia, quienes “enseñen” reglas, costumbres y hábitos de buen comportamiento a nuestros hijos. La familia constituye la primera línea de defensa contra la criminalidad. Por ejemplo, imagine un padre que padezca de mal humor. El malhumorado sufre un vacío interior y un claro empobrecimiento de los valores. Por tal razón, vive irritable, encojonado y siente animosidad y resentimientos contra el medio social. En tal condición, jamás dará un buen ejemplo al hijo como sería enseñarle a usar el inodoro, a lavarse las manos antes de llevar comida a la boca, a usar modales correctos en la mesa, a usar el zafacón para el papel usado en el sanitario, a no usar cualquier toalla sino la exclusivamente suya, ¡y menos tirarla mojada en la cama!, a respetar a los demás miembros de la familia y a sus maestros. Si papi o mami mienten para no pagar a tiempo el alquiler de la vivienda, se roban la luz o el agua, si papi molesta sexualmente a sus vecinitas adolescentes o sólo ocasionalmente tiene trabajo fijo porque es holgazán e incumplidor habitual, mami se ve a hurtadillas con el vecino de la otra calle, si ninguno de los padres despide al niño antes de irse a la escuela y nadie en casa le pregunta cómo le fue ese día en clase y qué cosas nuevas le enseñó su maestra, pues estamos en presencia de un ambiente de crianza emocionalmente nocivo y pobre. En cambio, si ambos padres de manera amable le enseñan esas cosas tan simples, en vez de pasar por la vergüenza de tener hijos bribones y desadaptados, disfrutarán de hijos emocionalmente sanos y por lo tanto queridos por los maestros y el vecindario, y por supuesto, lejos de hechos criminales. Insisto, ¡es en la familia donde comienza la lucha contra la criminalidad!