Julio Vasquez.

Radio Renacer

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domingo, 30 de septiembre de 2012

El soldado que nunca llegó a casa

A raíz de la guerra de Vietnam, un soldado iba de regreso a casa. Desde San Francisco llamó a sus padres. “Mamá, Papá, gracias a Dios estoy en camino. Quiero pedirles un favor. Traigo conmigo un amigo del alma y me gustaría se quedara a vivir con nosotros.” “Claro, hijo querido, será otro hijo para nosotros. Nos encantará tenerlo en casa.” “Él fue malamente herido. Pisó una mina y perdió un brazo y una pierna.” “¡Cuánto lo sentimos! Pero fíjate, sería preferible que encontremos un lugar para él que no sea en casa.” “No, por favor, es importante que viva con nosotros.” “Tú no sabes lo que estás diciendo. Alguien que esté tan limitado físicamente será una gran carga para nosotros que tenemos nuestras propias vidas que vivir. Regresa tú y ya él resolverá su problema.” “Pero papá, mi amigo es para mí como si fuera yo mismo…” “No, definitivamente no, olvídate de eso. No podemos vivir con alguien así.” Lo próximo fue el clic del teléfono que se cerraba. Pocos días después, recibieron una llamada de la policía informándoles que su hijo había muerto. Había caído de lo alto de un edificio y temían se hubiera suicidado. Al llegar al aeropuerto, un agente los llevó a la morgue. Efectivamente, se trataba de su hijo, y horrorizados, descubrieron que tan sólo tenía un brazo y una pierna. Así somos muchos de nosotros, iguales a estos padres. Y es que es más fácil amar a la humanidad en general que al vecino, afirma Eric Hoffer. Amamos personas que son hermosas por fuera, divertidas, pero no nos gusta la gente que nos ocasiona inconvenientes o problemas. Preferimos alejarnos de los enfermos, los minusválidos, los que no son como nosotros. Y sin embargo, hay Alguien que no nos trata de esa manera. Alguien que nos ama con un gran amor y que siempre nos recibe, no importa cuán destrozados estemos, física o espiritualmente. Jesús nos dejó un mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” (Mt 23, 37-39). Entonces, ¿somos o no somos cristianos, seguidores de Cristo? ¿Quién es nuestro prójimo? Se los dejo de tarea. Y luego, en aquel otro momento en que nos describe la escena del Juicio Final, Jesús dice palabras que deberíamos meditar profundamente: “Porque tuve hambre, y no me diste de comer; tuve sed, y no me diste de beber; era forastero, y no me acogiste; estaba desnudo, y no me vestiste; enfermo y en la cárcel, y no me visitaste. “ Y le diremos: ‘“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Y él responderá: ‘En verdad les digo que cuanto dejaron de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejaron de hacerlo.’” Y concluye la cita: “E irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.” (Mt 25. 31ss). Entonces, esta noche, antes de acostarte, ora a Dios para que Él te de la fuerza de aceptar a la gente tal y como es. Que te ayude a ser más comprensivo con esas personas diferentes a nosotros. Y sobre todo, que te ayude a mantener el diálogo siempre abierto con los hijos. Es de vital importancia que en nuestras familias no tengamos que contar una historia similar a la del soldado que nunca llegó a casa. Por Juan Rafael Pacheco. Bendiciones y paz.

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