El hombre primitivo, el de las cavernas, huérfano de conocimientos científicos, se encontró inerme frente a las fuerzas de la naturaleza. Cataclismos, terremotos, enfermedades, epidemias, conmocionaron su vida sin posibilidad alguna de entender y explicar estos fenómenos. Su extrema violencia lo aterrorizaba. Por ello fue depositando sus deseos, sus miedos y necesidades de explicación en figuras (tótem), es decir en objetos que suponía cargados de poder, para sentirse protegido por ellos. Monumentos, menhires, los astros, sacrificios a dioses enfurecidos, el pensamiento mágico delegaba en ellos la decisión de vida o muerte y las explicaciones del porqué. En todos nosotros quedan vestigios de este tipo de estructuras que, en ocasiones, predominan frente al pensamiento científico, racional. Tal como a ellos, el pensamiento mágico nos protege contra la angustia e indefensión que causa la ignorancia. La diferencia fundamental entre aquellos tiempos y estos, es que hoy tenemos casi siempre argumentos para comprender los hechos de la naturaleza, aunque no podamos evitarlos. De la misma manera las enfermedades. No obstante, en muchas ocasiones el pensamiento mágico reaparece con mucha fuerza, simplemente porque está ahí, en lo profundo de nuestra mente y cuando no conocemos la esencia de los hechos, aun teniendo una explicación que sospechamos, recurrimos a él. Nada más tranquilizador entonces que poder hallar en el mundo exterior personas y objetos todopoderosos, cuya sola invocación brinde protección y seguridad, que aleje el riesgo de sufrir por el simple hecho de invocarlos. Cuando elegimos tratamientos (agua de Querétaro o el método Hansi para el cáncer, o crotoxina, y hasta la tinta china para la culebrilla, entre otros), no probados por la ciencia formal, estamos actuando impulsados por este tipo de pensamiento. Pero ¿qué tiene esto de malo, en qué puede perjudicar al paciente que hace lo que su profesional de cabecera le indica y solo agrega alguna cosa más, vía la magia de lo no explicado? Por cierto, esta actitud resta efecto al tratamiento convencional, ya que parte del supuesto que por sí mismo no es suficiente, que algo más hay que hacer. No es inocuo este planteo: “Doctor, yo tomo los medicamentos que usted me indicó para el cáncer, pero además quiero aplicarme el método H o C que promocionan por televisión, con testimonios de pacientes que prácticamente salvaron sus vidas cuando entraron al Instituto del Dr. C cuyo teléfono es…, total no hace daño” En general los médicos, la mayoría, asienten creyendo que no hay nada de malo en este planteo, que está relacionado con el estado de desesperación de cualquier ser humano enfrentado al significado de muerte que encierra la palabra cáncer, aunque esto no sea así hoy en día. A esta altura y como final de esta nota les propongo dos reflexiones: a) no sabemos si estas combinaciones, medicamentos formales más medicamentos mágicos, generan efectos indeseables o ineficacia de las drogas convencionales, nadie lo ha probado, b) la falta de fe en los medicamentos convencionales les resta efecto terapéutico. En fin, que la magia es rápida y tentadora pero es magia y los magos de lo único que saben es de trucos. Recuérdelo cuando se siente frente al televisor y los vea actuar.
Por Claudio Zin.