Luis Beiro Santo Domingo Murió como vivió: pobre, ciego y mal vestido. Pero fue un testigo excepcional del tiempo que le tocó vivir. Se comió su estatua. Se ganaba la vida de la única forma que sabía hacerlo: escribiendo décimas. Y en ellas supo reflejar, quizás mejor que cualquier historiador, la vida dominicana del siglo XIX. Las décimas de Juan Antonio Alix informaban, con mayor exactitud que la prensa, los acontecimientos cotidianos. Muchas se publicaron en hojas sueltas que el propio poeta vendía en la Plaza del Mercado de Santiago, y otras eran reclamadas como colaboraciones en los diarios de la época y por encargo de comerciantes y políticos. Fue el primer dominicano que introdujo en sus composiciones estróficas el lenguaje cibaeño, uno de los aciertos estéticos más importantes de la historia de la literatura dominicana. Además, escribió algunas décimas en italiano y en creole. Hace cinco años, un notable investigador literario puso en mis manos, en varios tomos, la más completa selección de las décimas de Juan Antonio Alix que alguien haya podido reunir, todas corregidas y muchas rescatadas. Estudié aquellos versos y escribí un estudio introductorio para esos tomos. Esperamos que próximamente ese proyecto se haga realidad y que el país pueda apreciar, en su real valía, la obra de este gran poeta. Como todo mortal, Juan Antonio Alix es amado por unos y odiado por otros. Los que lo odian lo hacen por dar cabida a “habladurías” de tiempos pretéritos. Lo llaman “plumífero”, “lambón” y otros epítetos. Los que lo amamos, sabemos que Alix brilla con luz propia en el universo de la literatura popular latinoamericana y es el orgullo de la nación. Todo depende del “cristal” con que se mire.