Julio Vasquez.

Radio Renacer

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domingo, 6 de marzo de 2016

La oración humilde es la oración que agrada a Dios

¡Ten compasión de mí, que soy pecador!
La parábola del publicano y el fariseo: En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justo y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar. Uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo; Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”. Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” Palabra del Señor.

Reflexión del Papa Francisco:
El texto del Evangelio pone en evidencia dos modos de orar, uno falso(el del fariseo) y el otro auténtico (el del publicano) El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El fariseo se siente justo, se siente en orden, se pavonea de esto y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal. El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su propia miseria: este hombre en verdad se reconoce necesitado del perdón de Dios, de la misericordia de Dios.
La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que, como dice la primera Lectura, «sube hasta las nubes» (Si 35,16), mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad.
A la luz de esta Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias: ¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: Pero ¿cómo se hace? Se hace como el publicano, es claro: humildemente, delante de Dios. Cada uno con humildad se deja ver del Señor y le pide su bondad, que venga a nosotros. Pero, en familia, ¿cómo se hace? Porque parece que la oración sea algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo, en familia… Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y todas las familias tenemos necesidad de Dios: todos, todos. Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón. Y se requiere sencillez.
Para rezar en familia se necesita sencillez. Rezar juntos el “Padrenuestro”, alrededor de la mesa, no es algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: la oración. (Plaza de San Pedro, 27 de octubre de 2013)
Diálogo con Jesús
Mi Jesús, Dios de mi vida, quiero encomendarte todas mis acciones, ideas y todo lo que llevo en mi corazón. Deseo cumplir siempre todos mis compromisos con una actitud humilde y responsable. Acudo a ti en este momento para que me capacites la mente, cuerpo y espíritu, y así saber enfrentar, en serenidad y humildad, toda circunstancia adversa se me presente. Te pido humildemente perdón por mis faltas, y al mismo tiempo te doy gracias por sé que me perdonas. Debo entender que cuánto más me acerco a Ti, mientras más cerca esté de tu luz, más saldrán en evidencia mis miserias y mis fealdades. Como lo dice San Juan de la Cruz: “Cuanto más subo a la montaña, a lo alto más veo y reconozco los valles más profundos”. Oh mi Señor, quiero ser humilde y verdadero, sobre todo en la oración, pues en ella me siento que hablo contigo como con un amigo que consuela, por eso no quisiera imponerte nada en ella ni ordenarte que cumplas mis peticiones. Quiero siempre poner por delante el «que se haga tu voluntad y no la mía”. Sé Tú el dueño de mi vida, hazme humilde en la oración, en mis acciones e ideas, en mi obrar y sobre todo en mis palabras para con los demás. Amén
Propósito de Cuaresma:
Dedicaré algo de tiempo a escuchar alegremente a un conocido que no me cael de todo bien (practicar la tolerancia)
Reflexionemos juntos esta frase:
“Muchas veces contribuimos a la globalización de la indiferencia; intentemos, más bien, vivir una solidaridad global” (Papa Francisco)
Evangelio según San Lucas 18,9-14