En las lecturas de hoy se nos ofrecen varios caminos para comprender el sentido verdadero de la santa Cruz.
El libro de los números 21, 4 – 9 presenta al pueblo de Dios en el desierto asediado por serpientes. Ante esa situación, no faltan los aprovechados. No es difícil imaginar la venta de costosos amuletos contra las serpientes. Dios le propone a Moisés levantar en alto una serpiente en un estandarte. Todo el que la miraba quedaba curado. Así quedaba claro que la salvación de Dios es para todos y es gratuita.
En la lectura segunda tomada de Filipenses 2, 6 -11, Pablo nos presenta al Hijo de Dios asumiendo nuestra situación “actuando como un hombre cualquiera, sometiéndose a la muerte y una muerte de cruz”. Así la cruz nos recuerda que Dios no se salva donde la mujer y el hombre perecen. El Hijo de Dios asumió en su propia carne nuestra situación de maldad, corrupción y violencia para cambiarla desde adentro. Porque se abajó para ser uno de nosotros, murió en una cruz y Dios aprobó su opción, resucitándolo de entre los muertos.
El evangelio de Juan 3, 13 – 17, compara la elevación del Hijo de Dios en una cruz, con la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Levantado en una cruz, Cristo nos anuncia el amor de Dios que no quiere que nadie perezca, sino que tengan vida eterna.
La cruz es la firma de Dios en esta tierra. En ella aprendemos que la salvación no es un negocio, ni una tarjeta clientelista e interesada. Es gratuita y para todos.
La cruz de Cristo lo coloca entre los que padecen por la justicia. Con la luz, la fe, la cruz nos revela la entrega del Padre, del Hijo y del Espíritu.
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