Julio Vasquez.

Radio Renacer

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miércoles, 5 de octubre de 2011

Familia y Vocación.

Monseñor Fausto R. Mejía.


Desde que hablamos de familia, inmediatamente nos hace trasladar a la familia Trinitaria (El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). El Dios Trino es una familia y una comunidad, cuya esencia de unión es el amor. Ese amor interno sale fuera y no sólo crea el universo, sino también la pareja primigenia que es Adán y Eva, que será la referencia para las demás familias. Ese Dios Trino que es amor lo infundirá en el hombre y la mujer, mediante el cual se atraerán y formarán el matrimonio y de ese modo se harán como Dios que es Padre, pero más Madre que Padre, debido a su amor incondicional.

Pero también recordemos que cuando Dios Padre decide enviar a su Hijo Jesús, lo primero que hará será escoger a través del Ángel Gabriel a una jovencita de Nazaret (la Virgen María) y a un padre adoptivo (José), y de ese modo se formará la familia modelo que debe ser como un espejo donde deben mirarse todas las familias.

Y la familia tiene tanta importancia que Jesús elevó el matrimonio a la categoría de Sacramento, que es una vocación sublime de santificación y que estará en la base de la sociedad como su fundamento.

De ese modo tenemos que decir que la familia es la célula básica, la zapata y el fundamento de cualquier sociedad, porque es en ella donde se transmite la vida y es también la primera escuela donde se enseñan y se aprenden los valores fundamentales y las grandes virtudes que marcan el futuro promisorio de una nación.

El matrimonio y la familia instituido por Dios, ratificado por Cristo y continuado por la Iglesia, es una comunidad conyugal de vida y de amor, mediante el consentimiento libre, personal e irrevocable, es igual a la unión que existe entre Cristo y la Iglesia; y por eso se les recomienda “mujeres estén sujetas a sus maridos; maridos amen y cuiden a sus esposas como Cristo ama y cuida a su Iglesia”.

La familia siempre ha sido y es, el principal pilar de la sociedad. Es el lugar donde los hijos nacen, aprenden, se educan y se desarrollan. Ella debe ser el refugio y la alegría de todos sus miembros. De ese modo cuando la familia tiene problemas, alegrías o tristezas internas, repercuten en todos los familiares, sufriéndolos o disfrutándolos.

La familia se convierte en un castillo, que además de servir de refugio de sus componentes, estos tienen que defenderse de todos los ataques que le vengan, porque todos tienen que formar un solo cuerpo, para defender su vida presente y futura.

La familia que está fundada en el matrimonio, es una unión estable, por amor del hombre y la mujer, para complementarse mutuamente, para transmitir la vida y para la educación de sus hijos. Por eso la familia es mucho más que una unidad legal, social o económica. Es una comunidad de amor y de solidaridad, donde se aprenden los valores humanos, culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos.

Todo eso significa que tener una familia bien integrada, donde los padres y los hijos se aman, comparten y se ayudan, es un privilegio que no tiene precio, pero es también una gran satisfacción para todos.

Recordemos que Dios todo lo ha hecho bien y la familia ha sido su mejor invento, porque es en ella donde aprendemos a amar, a obedecer y a respetar; en ella se aprende también el trabajo, el servicio y la convivencia; pero además, la responsabilidad, la honradez y la solidaridad.

En fin, es en la familia donde se forja la reciedumbre, se moldea el carácter y se cultiva la alegría, la amistad y la tolerancia. Las familias que viven así dan como resultado hombres y mujeres que serán ciudadanos ejemplares, profesionales exitosos y cristianos modelos en la comunidad.

De ese tipo de familia es donde surgen las distintas vocaciones, de un modo especial, las vocaciones sacerdotales y religiosas. La Iglesia que es experta en humanidad y que acumula una enorme experiencia y una gran sabiduría, siempre insiste en que la familia se mantenga unida, integrada y llena de amor, para que sirva de cantera vocacional para sus hijos e hijas.

Nunca se me olvida la hermosa experiencia cuando el Papa Juan Pablo II cumplió 50 años de vida sacerdotal, vino una familia alemana a dar su testimonio: esa pareja muy apostólica y con gran vivencia de su fe, tienen 5 hijos de los cuales 4 son varones y todos sacerdotes y una hembra que es religiosa contemplativa.

Pero aquí también tenemos hermosas experiencias vocacionales: conozco una familia joven que tiene 7 hijos, donde los tres varones están en el seminario y ya el mayor se ordena de sacerdote el próximo año y una de las hembras está en una comunidad religiosa.

También en La Mata de Cotuí, está la familia Florentino, donde el papá es diácono: tres hijos de los 5 varones uno es sacerdote y otro diácono transitorio que se ordenará el próximo año y el otro en segundo año de teología; pero también hay dos hijas que son doctoras en medicinas y dos Licenciadas en Enfermería.

Eso significa que las familias no sólo dan vocaciones sacerdotales y religiosas, sino tienen que dar vocaciones para las distintas profesiones que contribuyan al desarrollo sostenible y la paz social.

Pero, y siempre hay un pero; la realidad que estamos viviendo en estos momentos en la República Dominicana es muy preocupante e inquietante; porque estamos atravesando una gran turbulencia social, que se manifiesta en olas de criminalidad e inseguridad; robos, delincuencias y asaltos; el consumo y el tráfico de drogas parecen arropar por entero la sociedad dominicana; se aumenta y crece la prostitución; ya alcanzamos el tercer lugar donde hay más jovencitas embarazadas; estamos entre los tres países más ruidosos del mundo; si no ganamos el primer premio en la corrupción al menos nos quedamos en el segundo lugar; estamos en los últimos lugares en la calidad educativa de América Latina.

Señores, no es que queremos ser pesimista, pero ¿cuando habíamos tenido una situación tan dolorosa como la que tenemos hoy? ¿Cuándo habíamos tenido tanta delincuencia, inseguridad, sicariato y tanta corrupción como ahora? Y lo más triste es, que tenemos un país con tantas familias buenas, con tantos hombres y mujeres que verdaderamente son un lujo y un orgullo para todos; un pueblo alegre, solidario, humilde y trabajador, que se ve opacado por esos sembradores de signos de muerte que parecen adueñarse de las calles.

Y ustedes que han venido esta noche a apoyar la vocación sacerdotal en esta Cena Pan y Vino; y ustedes que están contados entre ese grupo de familias buenas que describimos anteriormente; deben hacerse conscientes que toda esa problemática negativa que hemos descrito y que empaña nuestra identidad dominicana, todo empezó cuando las familias comenzaron a divorciarse y desintegrarse.

Debemos recordar que así como en la familia se aprende el amor y los grandes valores; también es en las familias destruidas e infuncionales donde crecen y se desarrollan las personas deshonestas, corruptas, mentirosas, delincuentes y criminales.

Quién es el tíguere o el delincuente ¿el hijo que no recibió cariño, ni amor ni educación, o el padre que lo lanzó al mundo sin preocuparse nunca por él?. Qué terrible y qué pena da el ver la cantidad de hijos que nacen fuera del cause del matrimonio. Los hombres y mujeres irresponsables que traen hijos al mundo y después no son capaces de preocuparse por ellos, ni darles el mínimo cariño o amor.

Cuál es la protección que se les da a la niñez y a la juventud, cuando vemos en la televisión programas indecentes y grupitos musicales con dos o tres muchachitas haciendo todos los tipos de movimientos sensuales. Cuál es el mensaje que les están enviando muchos políticos a la juventud, cuando su única preocupación no es la búsqueda del bien común o bien de todos, sino enriquecerse a como de lugar. Y muchísima más pena tiene que darnos cuando algún sacerdote no es capaz de ser fiel a su vocación y comete actos reñidos con la moral.

Por eso tenemos que hacer como el resto santo de Israel, que cuando estaban en el exilio se preguntaron ¿Y qué tenemos que hacer para volver a nuestra tierra?; volver el corazón a Dios y convertirnos, se respondieron. Es la misma actitud del Hijo Pródigo, quien después de una amarga experiencia se dijo: “me levantaré, me pondré en camino y pediré perdón a mi padre”. Esa era la misma actitud de la comunidad primitiva cuando oían la predicación de los apóstoles y se preguntaban ¿Entonces ahora qué tenemos hacer? Y esa tiene que ser la pregunta que todos tenemos que hacernos esta noche.

Padres, madres e hijos aquí presentes, pónganse de pie como un signo o símbolo de que queremos ayudar a que República Dominicana vuelva a ser lo que tiene que ser; a que nuestro querido Santiago y el Cibao sigamos construyendo familias unidas porque reza unidas. Hagamos el esfuerzo y el sacrificio que tengamos que hacer para devolver a nuestras familias y a todas las familias de nuestro pueblo, la unidad, el amor y la paz; y para eso:

Padres y madres acepten y amen a sus hijos, tal como son y nunca los comparen ni con los primos, ni con los amigos ni con los demás hermanos, porque cada ser humano es único e irrepetible.

Denles confianza y responsabilidad; enséñenles a trabajar y a ser veraces; destáquenles las cosas buenas y positivas que tienen; aliéntenlos y ayúdenlos siempre.

Compartan su tiempo con ellos y muéstrenles su amistad, su cariño y su amor y por favor, sean coherentes entre lo que dicen y lo que hacen.

Y si les falta el coraje y la valentía para cambiar lo que tengan que cambiar; si no tienen la fuerza y la disponibilidad para la entrega total a sus hijos, recuerden que Señor después de su Ascensión al cielo nos envió al Espíritu Santo, para que iluminara nuestra mente e infundiera amor en nuestros corazones; nos mostrara su poder y su inspiración y de ese modo podamos triunfar y vencer en Aquel que venció y está vivo y que nos dice: “Animo, no tengan miedo, porque yo vencí al mundo'; y es el mismo Jesús que nos envía ahora diciéndonos “se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra, por eso vayan a su familia, den testimonio y ejemplo del Evangelio, y sepan que yo estaré con ustedes hasta el final”.

Que el Señor les bendiga y la Virgen María de las Mercedes y de la Altagracia, les acompañen siempre.

Muchísimas gracias y buenas Noches.

El autor es rector de la Universidad Católica Tecnológica del Cibao