Por Bolívar Balcacer
El diccionario de la Real Academia de la Lengua da dos acepciones para la palabra mediocre: 1.- De calidad media. 2.- De poco mérito, tirando a malo.
Pero no me quiero referir aquí a esas personas mediocres y anodinas que pasan por la vida sin dejar huella, sin ninguna idea original o brillante, pero sin hacer tampoco daño a nadie. No. Me refiero a esos otros mediocres que no se conforman con su oscura condición y que por medios nada elogiables se proponen llegar a ocupar puestos de responsabilidad, a disfrutar de una posición distinguida, de dinero, de poder… Aunque una vez en esos puestos, su mediocridad, su ineptitud les impide desarrollar una buena labor porque no saben, no pueden, no tienen cualidades para ello ni tampoco les interesa. A partir de ese momento todo su esfuerzo se encamina a permanecer en esa posición, a perpetuarse, aunque ello suponga el perjuicio de mucha gente. A esos mediocres me refiero, a esos seres insulsos y vacíos que se han sublevado y ya no se conforman con llevar una existencia gris y anodina.
Hoy día esos mediocres son legión, han florecido por todas partes. Hay una auténtica rebelión de mediocres que han conseguido llegar a puestos de relevancia. Los encontramos tanto en la empresa pública como en la privada, en el mundo de los negocios, en los medios de comunicación, en el arte y, sobre todo, en el periodismo de internet.
El internet se ha convertido en el gran paraíso de los mediocres, su destino dorado. Para entrar en lo que ellos en su pigmeo cerebro le llaman periodismo digital, no se necesita acreditar preparación previa, titulación, poseer determinados conocimientos ni superar prueba alguna de acceso. Sólo hay que tener una buena dosis de dureza facial, afiliarse a un delincuente del periodismo con nombre, aprenderse unos cuantos lugares comunes y frases hechas para soltarlas en cualquier situación y, a partir de ahí, empezar a utilizar las armas correspondientes para ocupar uno de los primeros puestos en las listas que su diablura ha de confeccionar para pasar como la seda y arruinarlo todo. O hacer suficientemente bien la de lambon para que lo coloquen en puestos de confianza. En ese mundo, como en el país de los ciegos, el tuerto es el rey y ahí es donde los mediocres se encuentran como pez en el agua.
El pueblo llano, que no tiene un pelo de tonto, se ha dado cuenta de que clase de comunicadores actual está invadida por esa legión de mediocres e ineptos avariciosos que han encontrado allí, en el internet, son los faranduleros ciberneticos... el terreno adecuado para desarrollar su mediocridad y conseguir lo que nunca habrían podido conseguir en otra actividad. El pueblo es muy sabio.
Los mediocres grises y anodinos son incapaces de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el que luchar. Por tanto, son sumisos a la rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y se convierte en parte de un rebaño o colectividad cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. Este tipo de mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo carente de personalidad, contrario a la perfección, a la solidaridad y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde. Estos mediocres no pueden ser ni genios, ni héroes ni santos.
Pero los mediocres a los que yo me refiero son bastante más peligrosos. ¿Qué características tienen estos mediocres?. ¿Cómo podemos distinguirlos?. Es bastante fácil hacer un perfil psicológico de estos personajes. Su retrato robot sería el siguiente.
Son desconfiados, recelosos y suspicaces. Tienen miedo de que alguien les pueda poner trabas que les impidan conseguir sus objetivos. Como ellos están acostumbrados a poner zancadillas y dar puñaladas por la espalda a diestra y siniestra, creen que los demás son iguales que ellos y pueden hacerle lo mismo.
Jamás elogian a nadie ni en privado ni menos en público. Tampoco soportan que otros hagan estos tipos de elogios. Temen que surjan comparaciones que los dejen en mal lugar antes personas de mayor valía.
Se alegran de mal ajeno y no soportan los éxitos de los demás. En definitiva, son envidiosos.
Son maestros en el arte de la intriga, del chismorreo, de la calumnia y del peloteo. Hay que reconocer que en ese campo están muy por encima del resto y no tienen rival.
Dado su absoluto dominio en el campo anterior, cuando a través de sus artimañas consiguen que algún tarado como ellos le replique una de sus descalificadas notitas, se aferran a él con uñas y dientes y están dispuestos a hacer cualquier cosa por mantenerlo.
Podría exponer algunas otras “cualidades” que adornan su personalidad, pero creo que ya es suficiente. Muchos de ustedes conocerán a algunos de estos personajes y seguro que saben identificarlos al instante, de la misma forma que identifican la azúcar y la melaza
Como ven, estos mediocres reúnen un auténtico ramillete de “virtudes” que saben camuflar y aderezar convenientemente por medio del difícil arte de la adulación y el lamboneo.
En fin, tengan cuidado con los mediocres, pues aunque en su origen son más o menos inofensivos, el afán por perpetuarse en escenarios de cierta relevancia los puede llegar a hacer peligrosos. Abundan cada día más, están por todas partes. Pero no los envidien, no se contagien de ellos porque en el fondo son conscientes de su mediocridad y eso los hace realmente infelices y desgraciados, con los amigos, con el amor, con el dinero, es tal su situación que terminan camuflados como el salta cocote y andan de flor en flor engañando mujeres sin aterrizar en su propia platea, se creen los nuevos Adonis del periodismo
Para finalizar, quisiera concluir con tres frases sobre la mediocridad:
“Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance”. François de la Rochefoucauld. (1613-1680). Escritor francés.
“Sólo una persona mediocre está siempre en su mejor momento”. William Somerset Maugham. (1874-1965). Escritor inglés.
“Una de las mayores pruebas de mediocridad es no acertar a reconocer la superioridad de los otros”. Jean Baptiste Say. (1767-1832). Economista francés
lunes, 31 de octubre de 2011
La rebelión de los mediocres
9:25 a. m.