Julio Vasquez.

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viernes, 24 de junio de 2011

El papa dice que la globalización sin Dios abre el camino al enfrentamiento


Juan Lara | EFE
Ciudad del Vaticano
El papa Benedicto XVI afirmó ayer, festividad del Corpus Christi, que el mundo globalizado no se puede construir sin Dios, ya que si fuese así se abriría el camino hacia la confusión, el individualismo y al enfrentamiento.

El pontífice hizo estas declaraciones ante varios miles de personas que asistieron en la basílica romana de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, a la misa solemne que ofició con motivo del Corpus Christi y a la posterior procesión por las calles del centro de la Ciudad Eterna.

"En este tiempo en el que la globalización nos hace cada vez más dependientes los unos de los otros, el cristianismo puede y debe lograr que esa unidad se construya con Dios, es decir el verdadero Amor, ya que de lo contrario daría lugar a la confusión, el individualismo y el enfrentamiento de todos contra todos", afirmó el papa.

En una homilía en la que resaltó la importancia de la Eucaristía, el Obispo de Roma aseguró que el Evangelio siempre mira a la unidad de la familia humana, "una unidad -dijo- no impuesta desde lo alto, ni por intereses económicos o ideológicos, sino a partir del sentido de responsabilidad de los unos hacia los otros".

El papa teólogo agregó que los cristianos, que se reconocen miembros de un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, han aprendido y aprenden constantemente que compartir "es el camino de la verdadera justicia".

Benedicto XVI añadió que quien reconoce a Jesús en la Ostia consagrada, lo reconoce también en el que sufre, en el que tiene hambre y sed, en el que es extranjero, está desnudo, enfermo o encarcelado y se desvive por todos aquellos que tienen necesidades.

El papa Ratzinger destacó que por todo lo anterior y por amor a Cristo, los cristianos deben trabajar de manera especial en la construcción de una sociedad justa, solidaria y fraternal.

"No hay nada de mágico en el cristianismo. No existen atajos, sino que todo pasa a través de la lógica humilde y paciente del grano de trigo que se divide para dar vida", subrayó el papa.

El pontífice manifestó que la fiesta del Corpus Christi, con sus tradicionales procesiones por las calles de pueblos y ciudades, es la manifestación de que Cristo resucitado camina entre los hombres y que los cristianos pretenden manifestar "abiertamente" que el amor de Cristo "no está reservado sólo a algunos, sino que está destinado a todos".

Sobre el sacramento de la Eucaristía dijo que la transformación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo es fruto de la entrega que Cristo hace de sí mismo, "un don de amor más fuerte que la muerte".

"Por ello, mientras la comida corporal es asimilada por nuestro organismo y contribuye a nuestro sustento, en el caso de la Eucaristía se trata de un pan diferente: no somos nosotros los que lo asimilamos, sino que nos asimila Él y nos convertimos en miembros de su cuerpo, una sola cosa con Él", agregó el papa.

Tras la misa, Benedicto XVI presidió por las calles del centro de Roma la Procesión del Altísimo, para concluir en la basílica de Santa María La Mayor, una de las cuatro grandes basílicas de Roma junto con San Pedro del Vaticano, San Juan de Letrán y San Pablo Extramuros.

Miles de personas, con velas, le acompañaron durante el trayecto, que cubrió subido en un vehículo abierto, arrodillado y detrás de la Custodia.

Benedicto XVI vestía una amplia capa blanca y una estola antigua, que cubrían el reclinatorio.

De la procesión formaron parte niños de primera comunión, jóvenes "scouts", agrupaciones de cofradías, los Caballeros del Santo Sepulcro, religiosos, seminaristas, sacerdotes, obispos y cardenales.

La festividad del Corpus Christi fue instituida por el papa Urbano IV en 1264, debido al llamado "milagro de Bolsena".

En 1263 un sacerdote bohemio, Pedro de Praga, se dirigía hacia Roma cuando se detuvo en la cercana localidad de Bolsena para oficiar misa. El cura dudaba de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y pidió a Dios una "señal".

De manera imprevista, según la tradición católica, algunas gotas de sangre salieron de la hostia consagrada, cayendo sobre el corporal (el lienzo que se extiende en el altar, encima del ara, para poner sobre él la hostia y el cáliz). La tela se guarda en la catedral de Orvieto (centro de Italia).