Por Jorge Ramos.
ACAPULCO - Quisiera hablar bien de México todo el tiempo. Pero no puedo. No sería justo ni reflejaría la violenta y complicada realidad que vive el país.
Antes de entrar con lo que está mal, tengo que reconocer que acabo de pasar un extraordinario fin de semana en el puerto de Acapulco. Pasé más de una década sin visitar este lugar, que geográficamente no tiene nada que pedirle a Río de Janeiro, Sidney o Ciudad del Cabo. En estas playas, pasé muchas y felices vacaciones de niño y, años después, viví mis primeras noches encantadas de adolescente sin supervisión.
Esta vez, sin embargo, llevaba algo nuevo en mi maleta: mucho miedo.
Desde el mar, el puerto parecía una postal y anuncio del gobierno: espectacular, ordenado, cálido. Un lugar perfecto para olvidar al resto del mundo.
Pero en sus calles militarizadas, en sus comercios al borde de la quiebra, en los hoteles a medio llenar, en los restaurantes vacíos y en los antros donde nadie baila, el mensaje es inequívoco: los narcos están destruyendo esta ciudad.
Al menos dos organizaciones criminales de narcotraficantes libran una cruenta guerra territorial por el control de la ciudad y del puerto, y ni siquiera los camiones llenos de soldados y policías armados con rifles de alto calibre son capaces de dar una sensación de paz y seguridad al reducido número de turistas nacionales que aún se arriesgan a venir. ¿Extranjeros? Vi a una pareja estadounidense, mayores de 60 los dos, en el avión de ida. Eso es todo lo que vi por tres días.
Los hoteleros, restauranteros y comerciantes acapulqueños están muy enojados porque el gobierno del presidente Felipe Calderón les quería quitar el Tianguis Turístico, que reune a los principales agentes de viajes del mundo. Aunque la ciudad ha sido anfitriona de esta reunión desde hace más de 30 años, en estos días la seguridad de los turistas simplemente no puede ser garantizada aquí, lo que haría que fuera un lugar extraño para dar la bienvenida a algunas de las más importantes agencias de viajes del mundo.
Para contrarrestar esta bien ganada imagen de un sitio turístico peligroso, el puerto más baleado de México inició una campaña con el eslogan "Habla Bien De Acá". El alcalde de Acapulco, al igual que el presidente Calderón, nos quiere hacer creer que el puerto y el país tienen un problema de percepción.
Pero están equivocados. México es un país terriblemente violento, y Acapulco no es inmune. Durante el año pasado, han estallado tiroteos en el bulevar Miguel Alemán, una popular y transitada vía que corre a lo largo de la costa. En este mismo año, dos oficiales policíacos fueron asesinados en un enfrentamiento armado. Y, en mayo, la Policía de Acapulco encontró una cabeza decapitada y sin orejas en el asiento delantero de un taxi abandonado. El resto del cuerpo estaba en el asiento trasero, junto con un mensaje de los cárteles de la droga para el gobernador del estado de Guerrero. Tan sólo este mes, la Policía encontró una decena de cuerpos en una tumba colectiva en Acapulco.
¿Se supone, sin embargo, que esto es un problema de percepción?
En Acapulco, los narcos se han mezclado a tal grado con la población que cada vez es más difícil saber si una camioneta polarizada, un yate de lujo, una cuenta estratosférica en cualquier establecimiento o una mansión en Las Brisas pertenecen a un criminal. Ése no es un problema de percepción. Ésa es la realidad. A las afueras de la bahía, por donde está el hotel Fairmont Acapulco Princess y el aeropuerto, ha surgido otro Acapulco, blindado, que no se mezcla con las arenas de Caletilla y Hornitos. Es un mundito de privilegio rodeado de temores y vigilancia privada. Ésa ha sido la solución de los pocos que pueden pagar mucho para tomar el sol sin tomar balas. Los ricos han creado sus propios ejércitos privados porque el Ejército del país, el de todos, no ha podido evitar que mueran casi 40 mil mexicanos desde el inicio del Calderonato. Pregúntale a cualquier mexicano en qué "ejército" confía más y verás la sorprendente respuesta.
Desafortunadamente, lo que Acapulco está experimentando hoy en día -la violencia, las decapitaciones, la frustración de los habitantes- se vive también en Ciudad Juárez. Es la misma experiencia de Veracruz, Monterrey y Cancún, y otras ciudades de México. Es la realidad, no un problema de percepción.
Como eslógan me gusta, y estaré dispuesto a hablar bien de "acá" cuando no haya que jugarse la vida en un fin de semana de vacaciones. Después de todo, lo único que uno busca al visitar Acapulco es divertirse y descansar, pero no descansar en paz... para siempre.
Jorge.Ramos@nytimes.com.
jueves, 23 de junio de 2011
Los narcos están destruyendo Acapulco
6:31 p. m.
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