El hecho de que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, no rinda honor a su apellido y se comporte como un novato cualquiera, hablando con extrema inmadurez sobre un tema que debiera tratar con mayor cuidado, es realmente preocupante. La inquietud se genera, no en lo que dijo en sí el gobernante sino, en el hecho de que él, su gobierno y el Estado bolivariano, se comprometieron a mediar en este conflicto, generado en la aplicación de la sentencia 168-13 emanada del Tribunal Constitucional dominicano.
La posición de neutralidad -asumida por él mismo y sin presión alguna visible- no se corresponde con el destemple de su pronunciamiento, tan fuera de lugar como innecesario. Quedarse callado hubiera sido más que aceptable, hubiese resultado brillante; especialmente viniendo de un personaje que no se ha caracterizado por el comedimiento, a la hora de hablar en público sobre cuestiones de Estado.
Este desliz, conocido en otras latitudes como “flojera de lengua”, de seguro que ya ha sido sancionado en privado por alguno de sus asesores y suponemos que en los próximos días habremos de escuchar las correspondientes explicaciones, o sea, muy conocidos “cantinfleos” del líder venezolano, para dejar claro que donde dijo “diego” realmente quería decir “digo”.
El problema real es que en este caso de ejercicio soberano por parte de un estado independiente, las partes en conflicto asistirán a la mesa de negociación permeadas, por la infantil parcialidad que introduce el señor Nicolás Maduro con sus desacertados comentarios; y el espíritu de concordia y buena voluntad, tan necesario al momento de discutir y plantear soluciones, no estará absolutamente presente, y mucho menos la sinceridad. Con el clima impuesto por los mediadores, casi se puede prever la nulidad -por no decir el fracaso- de esta primera ronda de conversaciones.
Ahora, miremos el asunto desde una perspectiva pro positiva y sobre la mesa, seccionemos las partes en conflicto y -por separado- exploremos las posibles reacciones de cada una de ellas, empezando por la casa -que es el anfitrión y juez- a pesar de haberse rebajado a jugar el papel, muy poco político por cierto, del guapetón del barrio.
Es en este punto donde entra en juego el titular de esta entrega sin pretensiones: “que no cunda el pánico”. Porque luego de la “metida de pata” del presidente Maduro, sus delegados habrán de dedicar buena parte de su tiempo, a tratar de recomponer el escenario y llevarlo hasta un punto equidistante para los países en pugna. Esta presunción es altamente esperable, habidas cuentas de que la imagen de Venezuela, interna y externamente está muy resentida y recuperar el papel de árbitro, puede ayudar a mejorarla. Cuando menos eso aconseja el librito de la política pura.
Por más agradecida que se sienta Venezuela con Haití, por el apoyo a la causa del Libertador, no dejará de imponerse la cordura política y el sentido de “la realidad imperante”. Es decir, ¿cuánto pesa Haití y cuánto pesa República Dominicana en el mercado venezolano, a corto y a largo plazo?, ¿dónde están las inversiones venezolanas más rentables y voluminosas, en Haití o en Quisqueya? y ¿hasta dónde puede crecer Venezuela en Haití, con la presencia de las grandes potencias repartiéndose el botín por enésima vez?
Pero además, la constitución venezolana es muy precisa en materia de nacionalidad y ciudadanía, y muy mal se vería al árbitro exigiendo a los dominicanos un tratamiento a los haitianos, que ellos no están dispuestos a conceder a ningún extranjero en Venezuela.
Viendo ahora las cosas desde el punto de vista haitiano; tenemos que reconocer que es el más persistente, en virtud de las frustraciones y las incongruencias de su clase gobernante, que concibe la solución a todos los problemas domésticos con la expatriación de una buena parte de su población más necesitada, que es lo mismo que exportar una buena parte de su miseria.
Sin embargo, los haitianos saben muy bien que forzar una solución externa, violatoria de la constitución dominicana, sería equivalente a desatar los demonios en la frontera. Una frontera muy sensible, que ha sido escenario de luchas diversas, de diferentes contenido social e intención política; a veces justas y otras no; a veces, hasta fratricidas y de odioso contenido étnico.
La clase gobernante haitiana sabe perfectamente, que promover un clima de deportaciones masivas, como única respuesta lógica a la permanente, descarada y solapada invasión a tierras dominicanas, resultaría en un clima de inestabilidad interna en Haití, que podría desembocar en un levantamiento popular contra ellos mismos; y que ese pueblo noble, aguerrido aunque también esclavizado y en estado de desesperación, muy bien pudiera enarbolar de nuevo su consigna favorita: “tierra arrasada”
Desde la óptica dominicana, hay que admitir, el juego no tiene muchas alternativas. La delegación nacional esta compelida por la historia, a tener una participación digna, coherente y dominicanista. Nosotros no podemos darnos el lujo de presentar posiciones blandengues ni estridentes y mucho menos temerarias.
La Comisión enviada por el presidente Medina, tiene que ser inflexible con los intereses estratégicos, inteligente en el manejo y pro positiva, pero a la vez tiene que estar segura de su misión de Estado, tolerante con los planteamientos haitianos -por mas rapaces que parezcan- y radicalmente intransigente con las contra propuestas.
El pueblo dominicano, en espíritu y a distancia, tiene que confiar y respaldar a Rafael Montalvo, José Ramón Fadul, César Pina, Roberto Rosario, Ricardo Taveras y Miguel Mejía, porque ellos representan al pueblo dominicano y a su presidente constitucional Danilo Medina.
Autor: ROLANDO ROBLES